EL HILO DE ARIADNA

El conocimiento recuperado

Por HERIBERTO RAMÍREZ

Por estos días en más de una ocasión me ha tocado leer en las redes sociales la exigencia para que se les disminuya el salario a los políticos y con ello compensar a los trabajadores médicos y clínicos comprometidos en contener la pandemia que nos agobia.
En cualquier otro momento este planteamiento podría pasar por un exabrupto más de alguien indignado, como los hay tantos, con el desempeño de nuestros políticos.
Nos estábamos acostumbrando a los cuestionamientos, por parte de los políticos, sobre la verdad del cambio climático, a escuchar la anteposición a los hechos contundentes y la existencia de “otros datos”: a relativizarlo todo con una imprudencia asombrosa, sobre todo por los políticos, ya sea de derecha o de izquierda. Inevitablemente observábamos una erosión sostenida del conocimiento, y una deslegitimación de sus más comprometidos creadores, mujeres y hombres.
Se fue creando un abono que condujo a muchas personas a dudar de la efectividad de las vacunas, e incluso poner en entre dicho la redondez de la tierra. A depositar su confianza, sin ningún pudor, en vías alternativas de curación y de preservación de la salud, sin cuestionar su confiabilidad como si de una moda se tratase. Íbamos por ahí de la mano de información de dudosa reputación sin reparar en ello. La información científica era asunto de académicos trasnochados viviendo alejados de nuestros problemas cotidianos.
Los políticos se esmeraron, se regodearon pisoteando la autoridad académica e investigativa de los más prestigiados científicos, tomando medidas a su arbitrio, ignorando, la mayoría de las veces, sus consecuencias a corto y a largo plazo; más comprometidos en asegurar su futuro político que en atender las necesidades reales de los ciudadanos.
Convirtieron la verdad científica en un asunto sobre el que se podían arrojar puñados de tierra y ocultarla con cierta facilidad. Se debilitaron las instituciones creadas para desarrollar el conocimiento científico, se les privó de los recursos básicos para crecer y fortalecer sus actividades de investigación y experimentación.
Ahora, ante la actual amenaza la situación parece cambiar, el público permanece atento a lo que las autoridades sanitarias nos informan, a lo que el epidemiólogo propone. Sigue las indicaciones dadas por los especialistas y cuestiona las conductas de los políticos.
Si bien esto nos ha servido para reposicionar el conocimiento científico, también ha desvelado la falta de una estructura que vincule este conocimiento con las necesidades de la población en condiciones de precariedad; la falta de claridad en la política científica que nos dé pistas acerca de los criterios que se cumplen para direccionar las investigaciones.
Casualmente este asunto coincide con una lectura de Ciencia en una sociedad democrática de Philip Kitcher, en el cual plantea la erosión del conocimiento debido a un conjunto de factores, van desde la falta de una estructura democrática en la política científica, la arrogancia de algunos de los hacedores de ciencia para dialogar con otras alternativas de explicar el mundo, a lo accidentado de la planeación científica que se ha puesto del lado de las élites que investigan por el simple amor al conocimiento, ignorando, muchas veces, las necesidades de su entorno.
Asumo que con todo y las flaquezas ahora exhibidas del conocimiento público, en todo el mundo sigue siendo una de nuestras fortalezas más duraderas.
Otras voces como la del prolífico escritor Antonio Muñoz Molina se han sumado a estas inquietudes con su magistral artículo “El regreso del conocimiento”, publicado en El país esta semana, del cual destaco un par de lúcidos pasajes: “nos ha hecho falta una calamidad como la que ahora estamos sufriendo para descubrir del golpe el valor, la urgencia, la importancia suprema del conocimiento sólido y preciso (…). Ahora nos da algo de vergüenza habernos acostumbrado o resignado durante tanto tiempo al descrédito del saber, a la celebración de la impostura de la ignorancia.
Tampoco han faltado las voces proféticas asegurando el advenimiento de una nueva era, claro, sin poder esbozar cómo sería. A mí me parece, tenemos una memoria frágil y de corto plazo, solemos ser bastante amnésicos, olvidamos pronto aún nuestras experiencias más traumáticas.
Espero estar equivocado y nos ocupemos de rediseñar un sistema de conocimiento público más comprometido con la salud, de personas, plantas y animales, en general con el planeta, y que nos ayude a crear conciencia que nuestro hábitat es más que una inmensa roca.

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