EL HILO DE ARIADNA

¿Quién debe gobernar?

 

Por HERIBERTO RAMÍREZ

La sensación de que vivimos un escenario global próximo a la ingobernabilidad es compartida por una gran cantidad de personas, y no a partir de la situación a la cual nos enfrentamos hoy en día, sino de tiempo atrás, pues en distintas partes del llamado mundo democrático se han sembrado serias dudas sobre las distintas formas de gobierno, propagando la impresión de que nuestro planeta se desintegra.
Ahora, se cuestiona la capacidad de los políticos para confrontar y resolver los problemas derivados de esta continencia ambiental, los políticos acusan a los científicos de sus limitaciones predictivas, otros, exponen la falta de cooperación comunitaria para actuar con seriedad frente a esta amenaza.
Lo cierto es que se intenta comprender y explicar un hecho bastante complicado, que muestra, por un lado, lo prioritario del mundo biológico para la vida planetaria, un aspecto subordinado infinidad de veces a intereses de carácter económico, cultural y, por supuesto político; por otro, presenta un panorama de una complejidad inestimable que casi se antoja incomprensible, o quizá inconmensurable.
La noción de complejidad me ha recordado la sugerencia del filósofo español Alfredo Marcos de consultar las aportaciones de Sandra D. Mitchel, en particular su apreciación del pluralismo integrativo, concepto al que ella alude como “la mejor descripción de las relaciones entre teorías científicas, modelos y explicaciones de fenómenos biológicos complejos”; sin embargo para Mitchel, “estas explicaciones necesitan ser integradas para entender qué procesos históricos, próximos e interactivos, generan la serie de fenómenos biológicos que observamos”. En este mundo en el cual tratamos de representar lo que son los sistemas complejos, recomienda la adopción de una postura de pluralismo integrador, no sólo en biología, sino en general.
Si ensayamos esta idea, entonces, buscaríamos construir un diálogo duradero y genuino entre quienes buscan explicarnos esta realidad compleja, proponiendo líneas de acción para su manejo, y quiénes serían los responsables de convertirlas en políticas públicas, así como el papel a jugar de los ciudadanos de a pie.
Esto puede sonar trivial, pero se trata de transitar de una democracia consultiva o de arbitraje partidista hacia un de participación activa y horizontal, que aliente con seriedad la cohesión social y nos lleve a fortalecer la democracia en muchos otros ámbitos de nuestra vida.
En este escenario deseable, volviendo de nuevo a Philip Kitcher, en el caso de la investigación -porque seguimos apostando al conocimiento científico como el soporte más confiable- sería un asunto de asignar prioridades a las líneas de investigación, a través de discusiones, cuyas conclusiones son las que se alcanzarían por medio de la deliberación bajo compromiso mutuo y que incluyen las razones de tal deliberación.
Es posible que encontremos muchos puntos de vista diferentes hacia el interior de la sociedad, sobre cómo debe proceder el curso de la investigación; algunas, tal vez la mayoría, de estas perspectivas pueden verse perjudicadas por la ignorancia del estado de las diversas ciencias; pero en la medida que los investigadores puedan asesorar e instruir a la comunidad, la deliberación deberá rendir sus frutos e ir integrando esta pluralidad.
Una nueva política pública habrá de surgir de toda esta desazón, en la cual el conocimiento científico experimente un nuevo giro, y la comunidad científica sea más sensible a las necesidades del entorno, entiéndase toda esta complejidad biológica, cultural, económica y política.
Esperemos que al final de todo esto, la cordura entre los humanos se imponga y podamos recuperar la confianza en nosotros mismos, y sentir que la humanidad se encuentra a salvo: este sería el gobierno de la sensatez, o mejor dicho, de la sensatez integrativa.

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