EL HILO DE ARIADNA

 

Ni abrazos ni besos; crítica de la proximidad
Por Heriberto Ramírez

 

Desde tiempos inmemorables los humanos, a través de los abrazos y los besos, hemos buscado expresar de forma genuina, o no, nuestras emociones y afectos hacia los demás. La cercanía de las otras personas a las que amamos o estimamos, su contacto corporal nos hace despertar en nosotros sensaciones agradables, amorosas.
Ahora, eso parece cambiar, estrechar manos, dar y recibir abrazos o besos parece ser una práctica, al menos en corto tiempo, poco recomendable. La lejanía, al contrario, ha sido vista como sinónimo de pesadumbre, desunión, olvido, dolor afectivo. Su antídoto, la proximidad, ha implicado que las personas se vean comprometidas en grandes recorridos para verse, oírse, estar juntas sin mediación alguna. Ulises sorteó toda clase de dificultades para llegar a Ítaca y poder estrechar a Penélope.
Con la decidida intención de abatir la lejanía, o al menos poder paliarla hemos desarrollado un sinfín de artilugios y dispositivos; las cartas, la telefonía, en otro tiempo le telegrafía, ahora los correos electrónicos, las video llamadas, de tal manera que hemos llegado a pensar en un mundo en el cual las distancias se han reducido, es decir, un mundo empequeñecido. Como sea, la nueva telépolis transformó nuestra noción de distancia.
De pronto nos vemos obligados a guardar distancia, distancia corporal. La proximidad mutó a sinónimo de contagio, enfermedad, dolor, incluso de muerte. Y empezamos a concebir una especie de cilindro envolvente que rodea a cada persona y el cual, por su bien y el nuestro, no debemos invadir. Los motivos, lo sabemos, son por razones de salud pública. Distancia en el transporte público y privado, en el supermercado, en las aulas, hacia el interior de nuestras casas.
Si estas prácticas se vuelven permanentes tendremos que concebir otra clase de ciudad, de arquitectura urbana, modalidades nuevas en el transporte, en la educación, en los sistemas de producción en línea. Quizá debemos descubrir o inventar nuevas formas de buscar la proximidad afectiva sin llegar a tocarnos. Porque el estar limitados para recibir apretones de manos, abrazos, palmadas en la espalda, de nuestros hijos, hermanos, o amigos, en muchos, empieza a minar el ánimo y a producir dolores afectivos con secuelas de ansiedad o angustia. En algún momento, sin saberlo, traspasamos la barrera de la distancia recomendable, al menos en Occidente, sin tener conciencia alguna de lo relevante de mantener una distancia apropiada. En estos tiempos nos toca reconsiderar y reconstruir la microfísica del espacio afectivo y cultural.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esta pérdida de la proximidad en una sociedad sin una cohesión social fuerte? “Donde abundan los temores, los cimientos de una individualidad audaz e inquebrantable se tambalean”, decía Dewey en el “Individuo perdido”. ¿O podría significar la recuperación del individuo perdido y transitemos hacia un nuevo individualismo? Dewey mismo responde: “La conquista de una nueva individualidad -si es que realmente se llega a producir y no se recae en la complacencia y en la apatía del desconsuelo que ya nos invade-, es un reto social por afrontar”.
Si antes fuimos capaces de encontrar artilugios para abatir la lejanía ahora inventemos algo para ofrecer nuevas modalidades de cercanía; si durante mucho tiempo hicimos una apología sobre ella, hoy nos toca hacer la crítica. La crítica de la proximidad…

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