EL HILO DE ARIADNA

La normalidad añorada está más cerca
Por Heriberto Ramírez

En muy poco tiempo la humanidad ha transitado de un conjunto de emociones a otro, nos referimos en un poco más de un par de meses, de una angustiosa vulnerabilidad a una apremiante economía salvífica. En el inter ha estado la incierta búsqueda del conocimiento necesario para domesticar este mal que nos aqueja todavía.
Al principio de este evento pandémico actuamos en modo “sálvese quien pueda”, algunos proveyéndose de cantidades ingentes de papel higiénico, otros huyendo de las ciudades. Llegamos a pensar en el fin de las ciudades, en que el ser humano no está hecho para esta forma de vida, en regresar, incluso, a nuestro estilo de vida de cazadores y recolectores, en darle reversa a dinámica humana tan profusamente documentada por Lewis Mumford que en La ciudad en la historia describe en sus orígenes a la ciudad como aquella “estructura equipada para almacenar y transmitir los bienes de la civilización, condensada para proporcionar la cantidad máxima de facilidades en un espacio mínimo”, repentinamente ahora parece convertirse en una seria amenaza.
Sin embargo, a pesar de los grandes alcances de este mal pareciera que sólo una pequeña parte, como suele ocurrir en circunstancias adversas, se puso a trabajar febrilmente en la búsqueda para mitigar el dolor e impedir, en la media de lo posible, la muerte de miles de personas. Caminando en la oscuridad ante la escasez de datos fiables, la abundancia de datos dudosos, los conocimientos inciertos, médicos, enfermeras, trabajadores de salubridad, epidemiólogos y científicos, entre otros, han permanecido en la línea frontal, superando carencias de instrumental, arriesgando su propia vida, recibiendo, en ocasiones, ingratitudes. Con casi todo en contra han sido capaces de generar una esperanza en la posibilidad de sobrevivir, de “aplanar la curva”.
Conforme los días han ido transcurriendo otra clase de carencias fueron apareciendo, en aquellas personas que dejaron de percibir un salario, en el cual sustentan las necesidades básicas del día a día. En paralelo, empresas de gran calado sintieron mermadas sus ganancias y empezaron a presionar por el fin de la cuarentena. Incluso, muchas de ellas en diversos lugares se negaron a detener sus actividades. Por si faltara algo muchas personas se negaron a renunciar a su estilo de vida en una actitud indolente. Creando un vértigo decisorio entre la carencia producto de la desigualdad social, la codicia y la frivolidad. Resultado que el peso de las decisiones de tipo económico empezara a darle una dimensión distinta a este calamitoso asunto.
Tal vez sea más peligrosa, de ser cierta, la respuesta de Tony Judt a su duro cuestionamiento ¿qué hemos aprendido, si es que hemos aprendido algo? En Los hechos cambian, zanja: “Esta perversa insistencia contemporánea en no comprender el contexto de nuestros dilemas actuales, en no escuchar con más atención a las mentes más lúcidas; en tratar de olvidar más que recordar; en insistir con vehemencia en que el pasado no tiene nada de interés que enseñarnos”. En reafirmarnos como si este fuese un mundo nuevo, en el cual sus riesgos y oportunidades no tienen precedente.
Al final, seguro, sólo quedarán los más comprometidos, los que buscan una cura efectiva ante este mal, los que hasta ahora se han mantenido en la primera línea de contención. Tampoco abandonaremos las ciudades, quizá algunos decidan vender sus departamentos urbanos y mudarse a espacios rurales, peros serán los pocos. Ni cambiaremos nuestros estilos de vida, salvo quizá por un periodo corto. Así, volubles son los giros en el pensamiento y en el actuar humano. Eso también es parte de una normalidad…

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