LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Por un patriotismo imperdible en la globalización
Mario Alfredo González Rojas

«La patria es primero», era una de las frases que se nos pegaron en la mente, junto con las estrellitas que nos ponían en la frente los maestros en los primeros años de la enseñanza. Muchos así crecimos, con modelos a seguir, que las generaciones fueron perdiendo inconscientemente en el trajinar de todos los días.
Comparábamos nuestras celebraciones patrióticas con las de Estados Unidos, y nos asombrábamos porque los vecinos nada más celebraban en grande el 4 de julio, su día de la Independencia, así como el primer lunes de septiembre, Día del Trabajo. Hay otras fechas con menos fervor para los estadounidenses, por ejemplo el «Día de los Caídos», y el de «Gracias».
Nosotros los mexicanos, estamos a rebosar con fechas, aunque hay unas más grandes del calendario que otras. Y como dijo Octavio Paz en El ogro Filantrópico, estamos llenos de estatuas y de monumentos patrióticos por todas partes, como algo que camina con nuestra idiosincrasia. Hasta una película se hizo sobre El héroe desconocido.
En este mes de mayo, hay tres fechas, de las que dos se han ido diluyendo con el friccionar del tiempo, que son del mismo día pero de diferente año u origen. Estas son la del 15 de mayo de 1867, que fue cuando las fuerzas republicanas derrotaron en la ciudad de Querétaro a las representativas del imperio de Maximiliano; sin duda una de las efemérides más grandes de los mexicanos, que sin embargo pasa sin pena ni gloria. Otra, es la del 15 de mayo, Día de San Isidro, muy celebrada por los agricultores de varias partes del mundo, incluidos los de México.
Sólo otra del 15 de mayo persiste en el ánimo nacional, a pesar de los vaivenes sociales y los conflictos gremiales, me refiero al Día del Maestro. Las tres fechas entrañan, de alguna manera, motivos de festejo para los que nacimos y vivimos en México.
La primera de las mencionadas tiene un profundo sentido patrio, porque significó el fin de la Intervención francesa que por tres años anidó en nuestro país, con la alianza de los conservadores y el clero católico, mismos que vieron perdidos sus antiguos privilegios con la Constitución Política de 1857; y en esa circunstancia convocaron a un movimiento armado por medio del Plan de Tacubaya, desconociendo las nuevas leyes. Al perder la Guerra de los Tres años o de Reforma, acudieron a Francia a pedir al emperador Napoleón Tercero su apoyo, el que complaciente accedió y envió a Maximiliano a gobernarnos.
No obstante la trascendencia de la derrota de los imperialistas en Querétaro, se ha menoscabado cada vez más el orgullo nacional por tan grande epopeya. De las fechas monumentales de la historia patria, sólo casi queda ya, una cita para decir que habrá puente, que es día feriado, que necesitamos turistas, etc. Es como el humo de las batallas.
El Día de San Isidro era festejado por gente del campo en distintas partes para pedir más agua, para pedir que lloviera; eran tiempos en que sembrar era una actividad más redituable y que aliviaba las necesidades primarias de las comunidades rurales. Fuera del cariz religioso, era una forma de convivencia entre vecinos, formaba parte de las tradiciones que acercan más a la gente.
El Día del Maestro fue instituido durante el gobierno de Venustiano Carranza, el que en 1917 decretó festejar a los docentes cada 15 de mayo, luego de aceptar la iniciativa de los diputados Benito Ramírez y Enrique Viesca, y a partir del año siguiente se empezó a rendir homenaje justo a los hacedores del cambio social.
Alguien podría decir que la globalización nos ha hecho ciudadanos del mundo, pero no es así, es una forma de ser envueltos en la velocidad y en la pérdida de lo nuestro. No seamos esclavos de los extremos, sigamos con lo que son nuestros valores, adaptados a las circunstancias de hoy que pronto serán las de ayer. Recuerdo un discurso pronunciado por Jackeline Kennedy, en 1962, junto a su esposo el presidente, al visitar México. Dijo que reconocía al país que en otra ocasión visitó, como el mismo, pero que ya había cambiado; que caminando con los tiempos, «seguía con sus mismos valores».
Duele ver la ausencia del fervor patrio de antaño. Se caía, es cierto, en el chauvinismo a veces, es decir se exageraba el patriotismo, era narcisismo como lo define el diccionario, próximo a la paranoia y la mitomanía, para exaltar lo del terruño al que pertenecemos como lo mejor del mundo. Y ser chauvinistas, (que viene del apellido del francés Nicolás Chauvin), es agregar fronteras mentales y emocionales a las físicas,
Volver a nuestra historia no es aislarnos, sino reconocer los valores que nos identifican y nos acercan más a nosotros mismos.
El patriotismo no choca con lo mejor de la globalización.

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