LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Sin embargo, los vivos…¡seguiremos vivos después de la pandemia!
Por Mario Alfredo González Rojas

Volver a la vida normal es la proclama de todos los días, pero la pregunta también de todos los días, debe ser: ¿cómo podrá ser esa vida normal? Porque si algo hemos cambiado, y sí hemos cambiado, no será cosa entonces de decir, así es y adelante.
Seremos acaso distintos a los que después de la influenza española, a partir de 1920, se vistieron y salieron a la calle a continuar con sus ocupaciones y sus pendientes de siempre. Lo seremos porque vivimos 100 años después que ellos, desde luego: vino la Gran Depresión o crisis del 29, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la gran expansión del capitalismo, la globalización; todo nos impactó a las generaciones posteriores a la influenza española.
Se dice que con esa gripe murieron más de 50 millones de personas a nivel mundial, en unos dos años de epidemia, en una desgarradora situación agregada a la que había dejado la Primera Guerra Mundial; fue en los finales de la lucha, que se levantó el gran monstruo de la influenza, llamada erróneamente española, y en el caso de México, acabó con la vida de más de 300 mil personas.
En 1895, los hermanos Luis y Augusto Lumiere inventaron el cine, así es que para los años de la influenza, ya había salas de cine en algunas partes del mundo, pero con eso de «Quédate en Casa», se privaron los cinéfilos de ver sus películas, aunque fueran de cine mudo, pero algo era algo.
Y la primera transmisión de radio se difundió la Noche Buena de 1906 desde la Brant Rock Station de Massachusetts; se escuchó la canción «Oh Holy Nigth» y se recitaron unos pasajes de la Biblia. Desafortunadamente, hasta la década de los «veinte», fueron surgiendo las radio difusoras, como fue el caso de México, en que aparecieron la XEH y la XEB.
En esa circunstancia, no alcanzaron los confinados todavía el disfrute de las emisoras, lo que hubiera servido ampliamente para aligerar su encierro. Nuestros abuelos sí, ya disfrutaron programas de entretenimiento, escuchados en los primeros radios, los llamados de «galena».
En ese estribo del progreso en las comunicaciones, se supone, no había una amplia cartelera de entretenimiento para la gente encerrada en sus hogares, como pudiera ser en el presente, mientras el coronavirus se solaza a nuestras puertas.
Con el Covid19, ya le tocó a la humanidad aprovechar otra escala del progreso, al menos si comparamos con la que pasaron nuestros antepasados con su aislamiento en 1918. Los de esta pandemia brutal, tenemos además de la gran magia de la Internet, celulares, tabletas, televisiones, etc.
Para los niños no fue una gran novedad y un martirio, quedarse en casa, aunque por lo forzoso sí lo pareciera, porque ya están hechos a estar horas y horas pegados a sus aparatos. Ya estos menores no saben de juegos de banqueta como los acostumbrábamos nosotros, con las canicas, el trompo, el yoyo. Nosotros éramos «llaneros» jugadores de béisbol, voladores de papalotes.
Y ahora es cuando valoramos lo que vale y no vale, el contar con estos aparatos. En un determinado momento, dichos aparatos obstaculizan la labor pensante, la intimidad de la reflexión y la oportunidad de estar en comunidad con la familia, pero su gran valor radica en que son grandes medios de información y comunicación, que en situaciones extraordinarias como ahora, nos ayudan a resolver problemas, a cumplir con nuestro trabajo y son un oportuno canal de diversión.
Como decía al principio, ahora viene el futuro inmediato y sus ajustes, y esto no es automático, no es cosa de logística. Seres sociales por naturaleza, no estamos hechos para convivir tantas horas en casa, sino para alternar esas relaciones con divisiones de horarios, bueno, toda una vida organizada desde quién sabe cuándo. Hasta el sol es distinto ahora, los baches de las banquetas y las calles; y cómo no van a haber cambiado al menos para nosotros, las personas que antes tratábamos rutinariamente.
La soledad, nos ha influido inevitablemente. «Pensando, enredando sombras», dijo en un poema Pablo Neruda, a propósito de estar solo. Ojalá que esas sombras se desvanezcan, si es que las llegamos a admitir, al momento de pisar la calle. Escuchaba en la televisión a un chino, que consideraba que una de las grandes experiencias de esta pandemia, será el no dejar de lavarnos las manos, lo que ha adquirido en estos días, una inmensa importancia en nuestras vidas, no obstante la gran falta de agua que padece en forma diaria, en el caso de México, más de la mitad de la población.
Pero lo que es más esencial es nuestra forma de ser, ahí debe estar el gran cambio para arriba. Cada vez se complica más la existencia, y en esta circunstancia que vivimos, posiblemente hallamos mejorado al menos en teoría.
Con la pandemia ha caminado, incluso adelante de ella, la crisis económica, que después de concluido el problema, será enormemente difícil de solucionar. Además, en México se han perdido más de un millón de empleos en dos meses, en una complicación que se desorbita, porque el crecimiento económico ya desde antes del coronavirus iba en picada. Ahora menos, se avizora una corrección de rumbo.
En un país donde todo problema es convertido en político, hay que salir a «jugársela al ruedo». Estamos sujetos a entender la realidad desde tres ópticas diferentes: la sociedad en su conjunto la identifica a su manera, la crítica a la suya, y el gobierno como la quiere ver.
No obstante, como sucede después de la enfermedad y la convalecencia, sentiremos que estamos vivos y que hay que sobrevivir a como dé lugar.
Y como dijo Galileo Galilei: «y sin embargo se mueve»… esa persona que soy yo!

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