LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

La gratitud con los autores, en este año de Beethoven
Por Mario Alfredo González Rojas

Este año se recuerda el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, el genio de la música, que vio la luz primera en Bonn, Alemania, el 16 de diciembre de 1770. Yo pensaba que con ese motivo, este año, no que se desbordaran los programas, las alusiones en su honor, porque no se ha valorado la enorme belleza de sus obras, pero sí que se le mencionara más y se escuchara más su música. Es muy poco lo que se recuerda a este compositor, que comenzó creando música clásica y luego romántica.
La música selecta, o académica, o culta, como se le prefiera llamar, no es del agrado de las mayorías, lo que constituye una falta de oportunidad de la gente de obtener un gran deleite, así como otros grandes beneficios para su desarrollo emocional y espiritual.
José Vasconcelos, el más grande secretario de Educación Pública que ha tenido México, por cierto el creador de la mejor reforma educativa, la que buscó moldear al nuevo tipo de mexicano, tras la Revolución de 1910, recomendó en su libro «Ulises Criollo», que antes de ingresar a la escuela, el niño debería de recibir educación musical unos dos años, para así ubicarlo mejor al recibir sus primeras enseñanzas. Decía, «se le despertarían sus facultades de aprendizaje y la susceptibilidad para recibir el conocimiento».
Escuchemos a Beethoven, vayamos un poco más allá de «Para Elisa», aquella balada que compuso en 1810, para una niña llamada Teresa. Fue por un error de Ludwig Nohl, el musicólogo que descubrió la partitura en 1865, quien debido a la ilegibilidad del manuscrito, creyó leer Elisa en lugar de Teresa, y así se quedó para la posteridad. Sentémonos, relajados en esta «pesadillesca» pandemia, lejos de las mentiras oficiales y de nuestras manías, a escuchar la «Tercera Sinfonía», conocida como «La Heroica», que brindara el genio a Napoleón, cuando este era revolucionario, y luego le quitó tal dedicatoria, desilusionado, porque el también genio, en milicia, fuera ungido emperador. Hay mucho que abrevar en la imaginación del «sordo de Bonn».
A propósito de la falta de agradecimiento en que incurrimos con la música aludida, he traído a la memoria y quiero compartir con usted, lo que manifestaba el escritor colombiano José María Vargas Vila (1860-1933), político, periodista, orador pero sobre todas las cosas, escritor. ¿Sabe qué decía una página anterior a la contraportada de sus libros? Se leía: «Estimado lector, si te gustó este libro, no lo regales, porque harías un mal a quien lo escribió, quitándole un comprador. Si no te gustó, tampoco lo regales, porque estarías posiblemente regalando un mal a otra persona». Por ahí iban los términos, pero ese era el fondo. Tome usted cualquier libro de Vargas Vila: «Aura o las violetas», «Ibis», «Los césares de la decadencia», «Rubén Darío», cualquiera y encontrará esa justa solicitud hecha al lector.
Y tenemos que preguntarnos, si a través de nuestros años de esta compleja vida, hemos sido agradecidos de alguna forma con los autores de los libros que leímos. Por otro lado, un libro es para cuidarlo, sobre todo de que no caiga en manos paganas, de esas que nada más se llevan las obras por el puro placer de robar. Tengamos todo el cuidado con nuestros libros. Cuántas veces, prestamos o regalamos un libro a un fulano, que no tiene ni la más mínima idea de lo que se lleva. Y prestar por prestar, no es hacer una buena obra.
Debemos estar muy seguros de que se va a aprovechar el texto, de que se leerá con meticulosidad, si no, para qué lo prestamos, y además corremos el riesgo de que no nos lo devuelvan. Hace años le regalé un libro (ese otro inexcusable error de obsequiar oro del espíritu, porque en ese momento estábamos contentos) a un señor que con el paso de los años, llegó a presidente municipal de Chihuahua. Era «Del sentimiento trágico de la vida», de Miguel de Unamuno. Pues después de contarle, con emoción algunos pasajes de la obra a este personaje, como se me quedó viendo con cara de hipnotizado por lo que le decía, a la próxima vez que nos vimos se lo obsequié. Luego al verlo nuevamente, le pregunté -habían pasado tres meses-, qué le había parecido el contenido. Sólo dijo: «todavía no lo termino, ay lo llevo, es que yo cuando leo un libro, lo hago a profundidad como si lo estuviera escribiendo». Saque su conclusión. Punto.
Por favor, no nos convirtamos en señores de la caridad, la mayoría no lee, ni agradece el regalo o el préstamo del libro. Y además, esa no es manera de que mostremos algún tipo de retribución o cariño al autor, por el bien que nos prodigó con su obra. Como se ha dicho: «no echemos perlas a los puercos», frase inmortal adaptable, según sea. Yo estoy hablando de libros, interprétese la metáfora, hay otra clase de regalos, desde luego.
Es el año de Ludwig Van Beethoven, tomémoslo en cuenta, al menos los que amamos la buena música. No tiene precio el legado de este señor sordo y todo lleno de achaques, quien ¡sembró para la eternidad!

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