EL HILO DE ARIADNA

Enrique Grajeda, un personaje de grandes virtudes
Por Heriberto Ramírez

El fallecimiento del doctor Enrique Grajeda llenó de pesar a grandes sectores de la comunidad chihuahuense, el primero de ellos fue el ámbito universitario, donde fue maestro y director en la Facultad de Medicina, y luego rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua; también en el gremio de los médicos, pues su prestigio como profesional de la medicina fue ampliamente reconocido; en el área de la función pública, donde recientemente se desempeñaba también dejó una huella imborrable.
Tuve la buena fortuna de haber trabajado durante su administración como rector, a invitación de la maestra Francisca Hernández, quien era directora de Extensión y Difusión Cultural, para desarrollar el proyecto editorial universitario, hacía medio año que su gestión había iniciado, para un periodo de tres años. Era un área que la administración anterior había sido casi abandonada, así que el trabajo de rediseñar el proyecto era desafiante y atractivo. Sin equipo humano ni material nos dimos a la tarea de reorganizarlo todo.
En un año integramos un equipo de trabajo con compañeros y compañeras comprometidos, que compartían el entusiasmo por contribuir, hacer libros y formar autores. Liliana Fierro, Jesús Chávez, Leticia Estrada y José Luis Domínguez fueron parte de ese primer grupo de trabajo. Entre las actividades sobresalientes para fortalecer el trabajo creativo con los autores fue echar mano del intercambio académico con la UNAM, así recibimos a destacados maestros como Bulmaro Reyes, especialista y traductor de Cicerón y autor del libro El metalibro, del Instituto de Investigaciones Filosóficas, entre otros. Se organizaron una buena cantidad de cursos y talleres, dejando experiencias entrañables.
Se reorganizó el Consejo Editorial con destacados académicos, retomando un poco de lo que aún quedaba, con Mario Humberto Chávez (q.e.p.d.), Heriberto Aranda y Armando González, para sumarse Enrique Pallares, Luis Nava, Alma Montemayor y José Gonzalo Ríos. Un grupo honorario interesado en que la Universidad fortaleciera esta área tan sensible. Todos fuimos aprendiendo de los otros, pues nuestros conocimientos eran más bien escasos en estos asuntos, pese a que algunos habíamos tenido algo de experiencia dentro y fuera de la Universidad. Se revivió la revista Synthesis y en el transcurso de un año aparecieron las primeras publicaciones académicas, seleccionadas mediante los procesos acostumbrados en el mundo editorial.
El catálogo de publicaciones universitario fue incorporando antiguos y nuevos nombres, de académicos creativos deseosos de compartir sus conocimientos con sus estudiantes y a una comunidad más amplia. Así se sumaron nombres como los de Gabriel Flores, Ana María Arras, Luz Ernestina Fierro, Guillermo Hernández. Raúl Balderrama, Roberto Pérez, Jaime Acevedo, Sonia Rodríguez, Jesús Jasso, Guillermo Carrera, entre muchos otros. También se iniciaron los intercambios con otras universidades para fundar una red de editoriales universitarias que finalmente, después de muchos esfuerzos, cristalizó en la Red Altexto. Organizamos las dos ferias universitarias del libro, en el estacionamiento del MBA, una de ellas tristemente siniestrada, por cierto.
La colección Flor de Arena, que había fundado nuestro querido Enrique Servín, en complicidad con Eva Lucrecia Herrera, en un tiempo en que la producción editorial local cruzaba por una etapa de penumbra, fue refundada, pasando de un formato de plaquet a libro, para darle robustez al formato y a la colección misma, así continuaron publicado muchos destacados autores del estado, sin ser necesariamente parte de la Universidad. Entonces vieron la luz Dardos y corazas de Alma Montemayor, Retratos cotidianos de Alfonso Chávez, Alguien se está muriendo de Rodrigo Pérez y Explosión de Alejandro Carrejo, entre otros títulos.
Está de más decirlo, que todas estas iniciativas fueron bien vistas y apoyadas decididamente por el rector Enrique Grajeda, y no solamente eso, jamás trató de incidir en las tareas o decisiones del Consejo Editorial, le respetó su autonomía en todos los sentidos, además, de aportar todos los recursos financieros para que el proyecto pudiera llegar a buen término. Manteniendo siempre una distancia discreta, como era su estilo, de las actividades que la Dirección de Extensión y Difusión llevaba a cabo. Solamente nos acompañó en la presentación de un libro, la última de su gestión.
Hasta ese momento desconocíamos muchas otras de sus virtudes personales, circulaba a modo de un rumor de pasillo que inició como rector siendo un maestro de hora clase, es decir, con un salario simbólico, que lo fue también durante su gestión como director de la Facultad de Medicina, y cuando terminó su función al frente de la Rectoría seguía siendo un docente de asignatura. Acostumbrados en vivir en un ámbito donde quien ocupa un puesto público suele aprovecharlo en beneficio propio, aquello alcanzaba altos niveles de incredulidad, por un lado, pero por otro, de admiración y respeto hacia su intachable honestidad.
Sirva esta nota a manera de tributo y reconocimiento a quien hasta la última parte de su vida dio lo mejor de sí mismo para los demás. Para enaltecer su persona y el ejemplo que nos ha heredado, mostrando que la honestidad y el altruismo son virtudes al alcance de todos aquellos que se empeñen en seguirlas.

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