EL HILO DE ARIADNA

Sobrevivir al naufragio
Por Heriberto Ramírez

Las marcas generacionales suelen ser diversas: revoluciones políticas, guerras, conquistas tecnológicas, expresiones culturales y artísticas, catástrofes económicas, fenómenos naturales de consecuencias devastadoras, entre otras. Lo que hoy enfrentamos dejará un recuerdo imborrable en todos nosotros sin lugar a dudas. Aunque, más allá del hecho mismo, la profundidad de la impronta puede consistir en la forma en que se afronta dicha circunstancia por la generación que la confronta.
Hace algunos años impartí una asignatura, por sólo una ocasión, a la cual le di el nombre de Ética y estética del naufragio, en principio, cuando hice la propuesta al consejo de profesores causó cierta hilaridad, pero cambiaron de actitud cuando señalé que dos de las tradiciones culturales más potentes de nuestra civilización, la griega y la judaica, tienen su punto de partida en un naufragio. En ambos casos los supervivientes de ambos naufragios fueron capaces de darle continuidad a su linaje, del cual en cierta medida formamos parte.
Como grupo lo que hicimos fue identificar, más allá de la Odisea de Homero o del Génesis bíblico, expresiones culturales, científicas, filosóficas o artísticas asociadas al naufragio humano, con relativa facilidad descubrimos su abrumadora presencia. Un sinfín de canciones, poesías, obras literarias o pinturas con el naufragio de la civilización en el telón de fondo. Eran los tiempos de la caída de las torres gemelas en Nueva York y uno de los referentes era el libro de Paul Virilio, Estética de la desaparición que reaparecía con cierto aire profético, una crítica a la búsqueda obsesiva de velocidad en el mundo tecnológico que impregnó la existencia humana: “la excesiva rapidez del avance actúa como si el arsenal propio se hubiera convertido en su enemigo interior”. Hoy, por cierto, nos vemos en la necesidad de quitar el pie al acelerador, y quizá esto nos ayude a virar en otra dirección.
En estos días vemos y leemos las noticias sobre la debacle económica de todos los países, una contingencia biológica ha puesto al borde del naufragio al mundo entero. Además, se percibe, una cierta fascinación, sobre todo en las redes sociales, por anunciar lo más cercano al fin del mundo. Sin embargo, no se encuentra, hasta ahora, discusiones, análisis o propuestas de cómo evitar este paso que puede conducirnos al abismo y llevarnos a puerto seguro. Me da la impresión de que hemos bajado la guardia. Hay unas líneas escritas por José Antonio Marina en Ética para náufragos que, quizá, puedan ayudarnos a reflexionar sobre la importancia de las actitudes para mantenernos a flote, en esta y en otras circunstancias: “Al náufrago le hacen nadar la inteligencia y el deseo, las mismas fuerzas que nos hacen construir civilizaciones y destruirlas, crear y abolir, emprender la tarea del amor o las tareas del odio”.
En esta pausa que parece le hemos puesto a la dinámica humana, de manera paralela se ha desatado una acelerada búsqueda de cómo utilizar los recursos disponibles para contrarrestar la epidemia; y de igual manera los laboratorios han emprendido investigaciones a un ritmo frenético tratando de dar con una vacuna. “Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe” -dice Gracián, citado por Marina-. Pues, para el náufrago sin una brújula le resultará más improbable alcanzar un puerto seguro; también, mantener la esperanza de vida hasta más allá del último aliento.
En este tránsito, que parece realizamos en solitario nuestro destino depende de los recursos disponibles abordo. ¿Cómo puede ayudar ese conocimiento acumulado? Pienso, escuchando la voz de los científicos, antes que los políticos, cuyos intereses pueden ser tan perversos como la de quienes sólo defienden intereses económicos. Aunque, también está eso que algunos le llaman conocimiento disperso, otros, conocimiento tácito, e incluso puede relacionarse con lo que se ha denominado capital moral. En esto se incluye, además de la confianza en la ciencia, el apoyo que se brinde a estas instituciones responsables de la generación del conocimiento; y se incluyen, también, distintas actitudes de solidaridad, altruismo o respeto para entre todos buscar un final feliz. Esto es lo que puede hace grande a una cultura o tal vez pueda conducirla al abismo.
Al fin de cuentas para todos, recordando a Ortega y Gasset “La vida es darme cuenta, enterarme de que estoy sumergido, náufrago es un elemento extraño a mí, donde no tengo más remedio que hacer siempre algo para sostenerme en él, para mantenerme a flote. Yo no me he dado la vida, sino, al revés, me encuentro en ella sin quererlo, sin que se me haya consultado previamente ni se me haya pedido la venia”. La fragilidad del equilibrio humano en su relación con la naturaleza es una lección que si la aprendemos ha de invitarnos a replantear el ritmo de nuestro devenir sobre el mundo, y redimensionar nuestro optimismo sobre el control del entorno natural y social. Esa todavía posible victoria puede ser, aparte de nuestra marca generacional, un nuevo itinerario para la vida de todos.

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