VIAJE EN CARRETERA

 

En busca de la privacidad

Por Violeta Rivera Ayala

 

Hola, queridos pasajeros, me da gusto verlos de nuevo. ¿Qué les parece el tema de la poesía como metáfora de la privacidad? Ya saben que me gusta rodear un poco, pero les prometo que a la mitad del artículo ya iremos encarrilados.

Vivía en la Ciudad de México, antes D.F., y me enteré que en el Palacio de Bellas Artes estaba por comenzar una lectura de mujeres poetas que venían del “País de las Nubes”. ¿Qué era eso? ¿Dónde se encontraba? Pensé en ´Rainbow brite´ y sus amigas, siendo adultas. Aún no salía al cine “El Señor de los anillos”, pero tal cual me imaginé a esas poetas, como Elfos; seres mágicos, mitológicos y preciosos, ¡que además estarían leyendo poemas!, simplemente tenía que verlo.

Estaba algo retirada, apresuré el paso, tomé el trolebús y bajé corriendo. Llegué y me permitieron entrar en silencio. La Sala Manuel M. Ponce estaba abarrotada. Me tocó al fondo y de pie. Efectivamente, no me equivoqué: Una egipcia mulata, vestida con turbante y túnica turquesa, dorada y púrpura, leía algo que sólo pude traducir como canto de pájaros.

Salí de ahí envuelta en una atmósfera de liviandad. Busqué más información, yo quería ser parte de eso y, por fortuna, así fue. Al siguiente año asistí como invitada. El organizador se llamaba Emilio Fuego; ya desde ahí te preparabas para lo extraordinario. Consistía en un Encuentro de Poetas que se realizaba a lo largo y ancho de Oaxaca, con cierre en el Palacio de Bellas Artes del que fuera Distrito Federal. Recordar que en Oaxaca hay 570 municipios y, aunque obviamente no asistimos a todos, la labor del gran Emilio era titánica.

La dinámica estaba padrísima, porque llegábamos escritoras de todo el mundo y nos repartían en los hogares de los lugareños. La hospitalidad y cariño recibidos es algo que a la fecha, quince años después, aún me sigue marcando. Por supuesto, también la hermandad que se formó entre las compañeras. Curiosamente, coincidimos varias de Chihuahua. Tanto el desierto como el sol, son elementos que no pueden faltar en un País de las Nubes.

De este Encuentro tengo en la memoria el árbol del Tule: Muchas ramas, vericuetos y raíces con las que puedo contar varias anécdotas. Pero me enfocaré en Gaby y tal como lo prometí, en su poesía como metáfora de la privacidad (ya nos vamos acercando al punto).

Primero escuché su voz; hablaba un “español mordido”. Porque no era mocho, era mordido. Que ¿Cuál es la diferencia? No le interesaba mezclar el inglés con el español, nada de Spanglish, era como que no recordaba las palabras. Tenía algo de nostálgico su hablar. Como cuando te topas con alguien que sabes que fue muy significativo en tu vida, pero de momento no recuerdas su nombre. ¿Les ha pasado? Es horrible.

Me vino a la mente la canción de José Alfredo Jiménez: “Qué raro, ayer te vi pasar y al quererte llamar, la verdad es para que te asombres, a pesar de lo mucho que te amé, me puedes tu creer, se me olvidó tu nombre…”.

Sí, sí, perdón, enfoquémonos ya. Es que también me gusta cantar cuando manejo en carretera.

La oí decir: Mmm… ¿Cómo se dice? Estos, ¿cuánto cuestan?

– ¿Los aretes?

– Sí ¡Aretes!

La miré: con sus rasgos marcados, indígenas, un poco apartada de todas, entretenida y asombrada con el colorido de las artesanías. De ahí nos fuimos a una lectura. A ella la anunciaron como representante de Estados Unidos. Mi curiosidad creció. Tomó el micrófono y ¡señora presencia! Era lumbre y bronce. Versos desgarradores en los que denunciaba al gobierno, al “Tío Sam”. Poesía de protesta, de grito de guerra, ardiendo por las diferencias sociales, por la discriminación, por los vínculos de familias rotas. Algunos poemas, o todos, eran autobiográficos.

Ahora corrijo: no hablaba un español mocho ni mordido. Era un español roto. Ella estaba rota y la poesía, como sanguijuelas, la reconstruía, la sanaba. Es un lugar común decir que la poesía salva; en su caso, lo supe más adelante, le brindó un derecho primario: el acceso a la privacidad.

Terminó su lectura, contrariada, había sido poseída por los dioses para gritar desde la entraña una realidad de la que muchas veces somos sordos. Me acerqué a ella para felicitarla y preguntarle cualquier cosa que pudiera aproximarme a su energía. Ya fuera del escenario su brillo era más sereno y afable; ese sufrir lo había dejado volar para estremecer al público. Digamos que pasó del rojo, negro, amarillo y bandera con estrellas azules, a un mar esmeralda bajo un atardecer rosado.

Tocó que en una de las sedes nos hospedaran juntas. Qué privilegio conocerla. Su breve historia: llegó a los Estados Unidos siendo muy pequeña, entraron como indocumentados. Una familia que sobrevivió. Pasó su infancia en un albergue; los tapetes para dormir estaban uno al lado de otro, las personas dormían hombro a hombro, delimitadas por la manta que a cada una le correspondía.

Gabriela creció en California. Sorteó bullying y ofensas en la escuela. Ahora es Doctora en Antropología, con Ph.D. en Estudios Étnicos Comparados. Defensora y promotora de la cultura chicana. En los eventos internacionales la presentan como: erudita y poeta P´urhepecha / Matlatzinca, representante de E.U.

Cuando le pregunté cómo se inició en la poesía, me respondió: “Un cuaderno era lo único personal que tenía; lo que ahí escribía era privado. A nadie le interesaba leerlo o quitármelo. La ropa en el albergue era peleada, la comida era de todos, dormíamos en comunidad. Mis letras, en cambio, me pertenecían”.

Esta lección fue mi entrada al País de las Nubes. Hubo otras también relevantes que ya les contaré, mientras tanto, ya para concluir, yo les pregunto a ustedes: ¿Qué tan lejos te puede llevar la búsqueda por ejercer derechos que, a veces, de tan cotidianos, les restamos valor: derecho a imaginar, a crear, a expresar, a exigir, a la libertad, a tener identidad y… Privacidad?

https://viocolor.mx.

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