EL ORÁCULO DE APOLO

 

Miseria ideológica en los partidos políticos

Por Enrique Pallares

 

Cuando uno ve documentales y películas mexicanas de hace varias décadas, y ya no décadas, sino de hace casi un siglo, y se entera de cómo era la dura vida de esos tiempos, resulta inexplicable de cómo un país con tanta riqueza, como es México, no crece ni se desarrolla en el tiempo al ritmo de su enorme potencial.

Vemos y escuchamos las mismas quejas. Pero al mismo tiempo, observamos que se gasta tantos recursos en los partidos políticos y en mantener una democracia que, lejos de resolver problemas estructurales e institucionales, se dedica a repartir el presupuesto para mantener la “estabilidad” de un sistema que no tiene grandes motivaciones para cambiar.

Los partidos políticos (que a mi modo de ver están en una crisis como instituciones a nivel global), son fundamentales en la vida democrática de un país. Uno de sus vicios es que funcionan como filtros al revés. Si un filtro detiene lo que no sirve y deja pasar lo que sirve, los partidos políticos suelen hacer lo contrario.

Privilegian a aquellos que facilitan la carrera sólo de los que aceptan las reglas del juego de prácticas avariciosas, vicios y corrupciones de grupos que ya están en el poder. Los partidos políticos no necesariamente dan prioridad a la integridad, la capacidad, el conocimiento o la buena trayectoria que puedan tener los candidatos, sino que incluso, en la mayoría de los casos, estas cualidades se convierten en grandes obstáculos para quienes desean hacer una carrera sincera en el servicio público. En el escenario actual, se observa la misma tónica, y como dice la vieja frase, “la caballada está muy, pero muy flaca”.

Quisiera decir que “salvo algunas excepciones, la oferta política en las próximas elecciones deja mucho que desear”, pero desgraciadamente todos los candidatos se van a sentir que son la excepción. Los hay cuya trayectoria es cuestionable, los que van de un partido a otro sin ningún ideario racional ni principios, otros son ignorantes de los más elementales conocimientos de la escuela primaria o secundaria, existen los llamados “chapulines”, los que buscan recursos y privilegios y los que quieren seguir viviendo del presupuesto.

En los famosos debates políticos y en las entrevistas en los medios de comunicación, nunca se ve el toma y daca de las ideas, el planteamiento y fundamentación con base en argumentos (que creo no los conocen), la jerarquía de los problemas que aquejan a los ciudadanos y sus más viables soluciones. Todo lo contrario, en estos debates y entrevistas prevalecen los ataques personales (falacias ad hominem y todo el rosario que de ellas existen), los escándalos de corrupción, las promesas de dar a manos llenas lo que no pueden, ignorando que el dinero público es escaso o no existe y que además no es de ellos.

Los partidos políticos, al carecer de un auténtico programa para resolver problemas sociales, se convierten en un freno de una agenda nacional de avanzada acorde con la era del conocimiento científico y tecnológico e impiden cualquier avance que no vaya en la dirección de sus intereses y de todo aquello que no les remunere de forma directa en lo económico o en el control del poder.

¿Y que pasa con los ciudadanos? Pues nada más y nada menos que quedarnos al margen de las decisiones políticas más trascendentes, de las decisiones que no tienen que ver con la rifa de un avión o si se debe o no castigar a funcionarios corruptos, que por ley se debe hacer.

El voto sólo sirve para llevar a esos míseros políticos al poder (ejecutivo, legislativo y judicial), que una vez electos, la gran mayoría se niega a escuchar y sólo buscan que sus intereses y los de su partido sean protegidos con tal de mantenerse dentro del enjuague. En fin, la grilla es más importante que el servicio.

No debemos seguir la política del chamán moralizante para quien la realidad debe ajustarse a una teoría preconcebida, sólo válida en la cabeza del político de turno, y de la cual lo que exige es un afán controlador. La moral no se establece por decreto sino por la interiorización de las prácticas de convivencia en nuestro entorno.

Y ojo, no se trata de que el político presente alternativas concretas, porque el ser concreto es una forma de escapismo político. También las cartas de los niños a San Nicolás o a los Reyes Magos son muy concretas, pero muchas de ellas son irrealizables.

No podemos ni debemos resignarnos a vivir así con tal indefinición y contemplación. Pero tampoco debemos caer en un pesimismo que nos sumerja en un catastrofismo lleno de confusión y desánimo. La solución no está en sustituir unos gobernantes míseros y corruptos por otros sino en la necesidad de construir un nuevo orden social, basado en reglas de juego muy diferentes que deje poco espacio a las prácticas políticas de una gobernanza clientelar y a la necesidad de una coalición social para romper la tendencia a la corrupción que está asociada a las palancas institucionales existentes.

El devenir histórico de nuestra sociedad se asemeja a un laberinto sumamente complejo de nefastas prácticas políticas del que posiblemente podremos salir aplicando la racionalidad, la libertad, el que cada uno haga el bien y la amistad en convivencia cívica y evite votar a políticos de miserable trayectoria personal y que ahora se presenten como paladines de la honestidad y del progreso.

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