A DECIR VERDAD

 

 

Las obras faraónicas serán más caras de lo previsto

Por Rubén Iñiguez

 

Faraónico, es una metáfora para designar la construcción de grandes obras públicas. En el caso del antiguo Egipto, para describir las grandes pirámides, los templos, los centros funerarios como el Valle de los Reyes, y de alguna manera en nuestros días se considera faraónico lo que se constituye en escala de edificación un gran proyecto.

 

Este sexenio se involucró en cuatro obras faraónicas. La primera fue para destruir lo construido en el NAIM de Texcoco, que significó un enorme desembolso de miles de millones de pesos, recursos para terminar de pagarlo, y luego para abandonarlo.

 

El final significó que se reemplazará con otra gran obra, más distante, en un lugar más inadecuado, el aeropuerto Felipe Ángeles, como se conoce oficialmente, o Santa Lucía, una instalación que pretende reemplazar con el Aeropuerto Benito Juárez de la CDMX, y sumar el de Toluca.

 

La intención es que estas obras resuelvan por unos 25 años el congestionamiento aéreo, la falta de espacios (slots) para las aerolíneas, que pese a su contracción descomunal por el Covid, necesitarán más pistas operacionales, así como instalaciones. No sé si se consideró que se requiere un aeropuerto para unos 70 millones de usuarios por año o más, según estimaciones de la CDMX a mediano plazo, por la expansión, pues actualmente tiene 50 millones de usuarios, 304 mil 011 pasajeros anuales según Wikipedia. Por tanto, se buscó resolver este serio problema con una solución compleja de una triada de aeropuertos.

 

También, la intención de Santa Lucía fue de hacer en el criterio de la 4T algo sencillo y espartano, tanto que será militar y civil al mismo tiempo, será más obstáculo para la comercialización y actividad civil; esto ya estaba pronosticado con el NAIM, con las bases de un centro comercial, un centro de ofertas de servicios, de renta de vehículos y transporte, e incluso oferta de hotelería próxima, lo que actualmente se considera fundamental para los aeropuertos modernos, y que de esta manera serán rentables y los costos se recuperarían a mediano plazo como lo han hecho en Europa y Asia y la nueva generación de aeropuertos.

 

La idea, por tanto fue ampliar la terminal 2 de la CDMX, simplemente, no trazar nueva pista porque no tiene espacio, eso deja limitado el tráfico. Esos terrenos que serían eventualmente un gran parque y área verde cercano al Peñón no pudieron ya ser aprovechados.

 

En Santa Lucía, el proyecto chocó con una naturaleza inesperada: La doble función civil y militar que le ha sido asignada, la cual, a decir verdad, será más obstáculo para la operación comercial y civil, y prácticamente acerca al vecino estado de Hidalgo a usar el aeropuerto.

 

Un error de parte de la 4T fue apostarle al aeropuerto de Toluca, que tampoco ha logrado levantar sus números de usuarios, que van a la baja, así como de aerolíneas que lo tomen como base de operaciones ya que la mayoría declinan a usarlo.

 

No será fácil cuestionar a la milicia, ni tener transparencia en sus cifras y acceso a la información, porque basta el concepto de secreto militar para terminar cualquier indagación y dicha medida convertirá en un obra faraónica Santa Lucía, desde el punto de vista que solamente beneficiará al sector militar y relativamente a los usuarios.

 

Esta obra tendrá finalmente sobreprecio, y aún cuando se pretende que dentro de dos años esté terminada, la palabra sobreprecio, no fue considerada por la ignorancia o mala fe de las nuevas autoridades del país, la 4T.

 

La inflación afecta todo tipo de obra, y esto lo sabe cualquiera que construya, desde una ampliación habitacional, a una casa. Todo se proyecta, pero el mismo paso del tiempo va incidiendo en incrementos. Los errores de ingeniería, el desperdicio, las omisiones, y las rectificaciones, son parte de todo proyecto.

 

Los costos del personal, la renta de equipos especializados, el mismo subsuelo, y situaciones emergentes propias de las condiciones del terreno, suelen ser inevitables en las grandes obras. Así hay carreteras terminadas, no terminadas, porque el subsuelo tiene hundimientos, humedades, movimientos de tierra, o su composición floja, propicia derrumbes constantes como sucede con la autopista interminable de Jala a Puerto Vallarta, siempre sujeta a obras inesperadas y que incomoda a los usuarios, que pagan por usarla y que nunca la han podido terminar.

 

El caso de Santa Lucía, con zonas arqueológicas en su entorno, con un cerro que se atraviesa a pista de salida y aterrizaje, además de los militares supliendo a la Secretaría de Obras Públicas, enfrentando retos de construcción de otra magnitud en sus operaciones, todo eso provoca sobreprecio, ya que no son especialistas y tienen que concesionar a constructores particulares.

 

La misma historia se repite en la Refinería de Dos Bocas, que lleva ya siete “encharcamientos” y que finalmente prefirieron inundar a los pobres de Tabasco, en vez de que el agua sumergiera la obra faraónica del petróleo.

 

Pemex ha entrado a un reducción obligada cerrando cuatro de sus siete divisiones, a las que ha cambiado de nombres, una de ellas, Fertilizantes Mexicanos.

Las deudas por 2.5 billones de pesos, así como sus pérdidas del año pasado, todo ello gravita en una obra en que apenas se están terminando las vialidades de acceso, y las plataformas para construir.

Las empresas constructoras internacionales se rehusaron a participar en el proyecto “Dos Bocas”, por razones presupuestales desde su origen. Estimaron que no podrá costar menos de 12 mil millones de dólares, en tanto que el gobierno fijó como tope 8 mil millones de dólares, tomando como base una refinería de la India, que tardó 12 años en terminarse.

 

El sobreprecio será inevitable. Es cuestión de tiempo para que todo salga a la luz, no podrá estar en el margen que presupuestó el gobierno federal, tampoco estará en el tiempo que ellos pronosticaron. Fue un error presidencial comprometerse en plazos y costos, como si todo dependiera de su decisión, ni que fuera un semi-dios, para que todas las cosas dependieran sólo de él.

 

Cuatro mil millones de dólares, son el faltante lógico de planeación de la obra. Si sumamos los incrementos, no tendrá “Dos Bocas” el final feliz esperado. Adicional a que el Producto Interno Bruto (PIB) de México está bajo cero punto cuatro. Por lo tanto, no hay recursos adicionales para soportar esa obra faraónica que aún no nace y ya varios especialistas indican que causará daño financiero a Pemex.

 

Las obra del Tren Ligero ampliado de Guadalajara, encontró problemas en el subsuelo, agua, terrenos delicados, afectaciones colaterales. Los mismos constructores, fueron llamados al Tren Maya. La obra tuvo un sobreprecio de 300 por ciento sobre el presupuesto original. Estamos hablando sólo de 21 kilómetros con 18 estaciones, 5 subterráneas y 13 elevadas. Además, el número de usuarios de la Línea 3, ha resultado más bajo de lo esperado, pues sigue habiendo mucha opción de camiones del transporte público, que prefiere utilizar la gente, antes que subirse a un tren que se ha descompuesto al menos en dos ocasiones.

 

Este tren de largo recorrido, supone un gasto enorme que ya se ha elevado. Sencillamente el costo del paso del mismo, aún con pagos inferiores a los afectados en zonas habitaciones o agrícolas, sufre de modificaciones por el sólo hecho de la plusvalía de la obra. La mano de obra, los accidentes del terreno, el anuncio de adversarios como el Consejo Nacional Indígena y el EZLN, son para sudar frío.

 

Los proveedores que serán una constelación en adjudicaciones directas como acostumbra esta administración, que supone con ello, darle facilidades a la corrupción, son otra variable para el sobreprecio, la simple inflación, cambios de precios de acero y de importaciones, son una pesadilla faraónica.

 

La obra se anunció con un costo de 2,580 millones de pesos, realmente una ganga, pero la conclusión de este esfuerzo será superior a los 30 mil millones de pesos.

 

La opacidad, la falta de sensibilidad comercial y económica -resaltará en las fuerzas armadas, pues no están preparadas ni para la construcción, ni para el mercadeo, ni para la administración comercial de inmuebles- se les dificultará hacer negocios y comercializar la obra. Tendremos entonces un conjunto de hermosos elefantes blancos, inútiles, costosos, y a los que, sin el Instituto de Transparencia, se podrá ocultar, con toda facilidad, los costos reales de todas esas obras, así como se ocultó el periférico elevado de la CDMX cuando gobernaba Andrés Manuel López Obrador.

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