EL HILO DE ARIADNA

 

Utopía y esperanza

Por Heriberto Ramírez

 

Abunda la literatura interesante sobre el pensamiento utópico, desde la República de Platón, hasta las últimas versiones vertidas por los futurólogos posthumanistas más conocidos. En contraste, también tenemos expresiones sublimes como la de Aristóteles que cuando le preguntaron qué es la esperanza dijo, “sueño del despierto”. La utopía y la esperanza han sido en múltiples ocasiones una fuerza poderosa que ha impulsado a la humanidad hacia la consecución de grandes cambios en la sociedad y en el mundo.

La sed de transformación puede ser tan intensa que las personas abrazan promesas desmesuradas de lo cual terminan por arrepentirse, pues casi siempre conducen al desastre o hacia consecuencias indeseables. Es así que personajes como Karl R. Popper nos dejaron ejemplares advertencias al respecto, en La sociedad abierta y sus enemigos, cuando se refiere a la tentación utópica de alcanzar un estado ideal, valiéndose de un plano de la sociedad total, que demanda un gobierno fuerte y centralizado en unas cuantas personas, y cómo todo ello despide el aroma cercano de una dictadura.

Si bien nos puede llevar, en el mejor de los casos, refiere Popper, hacia una dictadura benévola, este dictador con todo y sus buenas intenciones deberá enfrentar la dificultad para establecer hasta qué punto los efectos de sus disposiciones coinciden con sus buenos propósitos. Piensa que el problema de fondo reside en que el autoritarismo se ve obligado a silenciar toda crítica, de tal forma que, al dictador, aunque buena persona, le será difícil o imposible escuchar las quejas derivadas de sus imposiciones.

Su mensaje va dirigido para acentuar la advertencia acerca del poder seductor del utopismo y “el deseo de construir un universo que no solo sea algo mejor y más racional que el nuestro, sino también que se halle libre de toda su fealdad; no se trata de remendar mal que bien sus viejos harapos, sino de cubrirlo con una vestidura enteramente nueva y hermosa”. En esta estética, expone, radican los graves peligros de una sociedad autoritaria o cerrada, por la cual se han dejado llevar países enteros y todo indica, lo seguirán haciendo.

Ahora, qué alternativa nos queda para quienes confían en la fuerza de la esperanza. Qué camino podemos sugerir para evitar el desencanto de los idealistas y soñadores, quienes legítimamente aspiran a la construcción de un mundo mejor. Parte de esta respuesta, como podrán adivinar, se encuentra en La sociedad abierta de Popper, en lo que él llama la ingeniería social o gradualista.

Si nosotros aspiramos a la intervención social o a la que simplemente intentamos construir algo nos aconseja partir de un plano, o lo que podríamos entender una especie de diagnóstico de la situación o de los problemas que intentamos resolver. Descartando, por supuesto, los proyectos desmesurados. Sino, por el contrario, apostando a procesos graduales. De ahí su expresión de ingeniería gradualista.

Para alguien poseído del ímpetu de la transformación o del espíritu revolucionario esto puede resultar desalentador. Porque ese alguien seguramente quiere ser parte de los cambios que ambiciona y ver estos cristalizados. Pedirle que abone a cambios que vendrán en un futuro quizá lejano y del que no será parte, sin dudarlo, representa una gran dosis de desilusión.

¿Cómo equilibrar la pasión por el cambio con el cálculo razonado de la transformación gradual? Es un asunto para el que quizá la respuesta esté lejos de ser obvia. Pero puede ser ilustrativa nuestra situación actual. Todos queremos volver a la añorada normalidad. Sin embargo, las razones para tomárnosla con calma y razonar los pros y contras de nuestras acciones. Esta experiencia, en mi opinión, debería ser perdurable y obtener de ella múltiples lecciones al momento de pensar en diseñar nuestro futuro.

Se ha vuelto lugar común ver las expresiones furiosas de activistas indignados exigiendo respuestas favorables a sus demandas como si de fanáticos del futbol se tratara. Aunque otros apostamos al ingenio y la inteligencia para lograr estos objetivos por medios menos disruptivos, sin que implique borrar lo ya alcanzado para volver al inicio de nuevo.

Existimos otros a quienes nos gusta abrigar la idea de una nueva forma de vida ciudadana en gestión y cuyos frutos habrán de ser recogidos muy pronto.

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