EL ORÁCULO DE APOLO

 

¿Habrá teorías de la Historia?

Por Enrique Pallares

 

Tanto la teoría de la historia de Homero, el autor de la Iliada y la Odisea, como el Génesis, interpretan los acontecimientos históricos como expresión inmediata de la voluntad errática de ciertas divinidades antropomórficas y muy caprichosas. También las interpretaciones de Marx y Spengler, de este último manifestadas en su obra “La decadencia de occidente”, conciben el desarrollo de la historia bajo el supuesto de una tendencia oculta que hay que descubrir ya sea por la voz de los profetas o manifestada en leyes históricas.

Sin embargo, ideas como “progreso”, “regresión” o “decadencia”, implican juicios de valor y por ello, todas estas teorías, tanto si predican el progreso como la decadencia histórica, deben de referirse necesariamente a una escala de valores. Por ejemplo, la idea de progreso no la podemos usar sin tomar en cuenta a qué aspectos de la vida estamos tomando en cuenta como valiosos.

A veces se dice que una persona progresa si tiene carro último modelo, anda a la moda o en su casa tiene muebles muy finos y su decorado ha costado mucho dinero. Pero no dice nada si ha progresado en conocimiento, si ha adquirido la habilidad de tocar piano o ha leído una buena cantidad de libros. Es decir, el progreso tiene que medirse necesariamente en función de algún sistema de valores. Pero por otro lado, esta escala de valores puede ser moral o económica, estética o artística, religiosa o militar, o quizá en los ámbitos de la ciencia y la tecnología, o bien basarse en estadísticas de salud o mortalidad.

Toda sociedad puede progresar en más de uno de estos ámbitos, pero al mismo tiempo registrar una regresión o decadencia en otros. Los hechos históricos de diversas sociedades así lo revelan. De la misma manera en que el progreso en la velocidad, extensión y densidad del tráfico a motor se paga a expensas de la seguridad tanto de peatones como de conductores.

 

El hecho de que podemos progresar y retroceder a la vez, muestra que las teorías históricas del progreso, las teorías de la regresión, las teorías de los ciclos históricos e incluso las profecías de la decadencia, no pueden ser sostenibles como verdaderas. Todas estas ideas de la historia tienen en el fondo el presupuesto de valorar ciertos ámbitos que la sociedad considera valiosos en algún momento, con respecto a otros. Podemos progresar en lo material pero no en lo mental, o en lo mental pero no en lo material e incluso podemos tener decadencia en ambos.

Desgraciadamente, el público general espera y exige que un verdadero erudito, un sabio, un filósofo o historiador tenga que ser capaz de desempeñar el papel de profeta o adivino, que debe ser capaz de predecir el futuro. Y lo que es peor, esta insistente exigencia ha generado todo un ejército de profetas apocalípticos o líderes políticos que se consideran los redentores de una sociedad, porque creen tener la verdad histórica.

No es posible escribir historia sin opinar sobre los problemas fundamentales de la sociedad, de la política y de las costumbres de aquellas comunidades a las que se refiere el historiador. Es claro, por consiguiente, que en esa tarea siempre contendrá un elemento fuertemente personal. Sin embargo, esto no significa que el contenido de una obra histórica sea en su totalidad o al menos en parte, cuestión de opinión. Lo que el historiador escribe debe ser verdadero, objetivo, y cuando aduce sus opiniones personales sobre cuestiones morales o políticas, debe dejar siempre claro que sus opiniones, sugerencias y decisiones no tienen el mismo carácter que sus afirmaciones sobre los hechos históricos. Pero la elección de los hechos que va a tratar el historiador, siempre es en un grado elevado, cuestión de elección personal, en cualquier caso, en un grado más elevado de lo que sería el caso de un científico de ciencias naturales.

En la historia no existe ninguna teoría unificadora semejante a la que pueden existir en las ciencias naturales, de allí que las interpretaciones de Marx o Spencer o de profetas apocalípticos, sea completamente equivocada.

Creo que ha llegado el momento de intentar mantener la adivinación del futuro en el circo.

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