EL ORÁCULO DE APOLO

 

El sentido de la vida

Por Enrique Pallares

 

Quizá cualquier persona, y sobre todo los jóvenes, se han preguntado acerca de ¿cuál es el sentido de la vida? Pareciera ser que la respuesta a esta pregunta nos pudiera dar la clave para darle un pleno significado a nuestra existencia. El filósofo británico Bertrand Russell dijo, después de un minucioso examen, que la pregunta sobre el sentido de la vida no tiene sentido, que se trataba de un pseudo-problema. Después de un examen cuidadoso sobre el tema, parece que el filósofo británico tenía razón.

En efecto, la cuestión es que se trata de una pregunta ambigua, general y confusa. No se trata de una sola pregunta, sino de un recipiente que contiene un conjunto de preguntas: ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el objetivo de la vida? ¿Cuál es mi destino? ¿Basta simplemente con ser feliz? ¿Mi vida sirve para un fin de mayor importancia?

Para responder estas preguntas se tiene que emprender una búsqueda racional e independiente de cualquier dogmática ideología, sea política o religiosa. Pues no se trata de que “el sentido de la vida” sea una especie de secreto que sólo unos pocos elegidos puedan descubrir a través de la contemplación, la revelación o que sólo los gurús políticos o religiosos la conozcan. Básicamente la búsqueda del sentido es personal.

Lo que le da sentido a una acción es el fin que se persigue con dicha acción por parte de una persona. El sentido de esa acción consiste precisamente en que ella contribuye a la consecución de los fines de esa persona. Por eso decimos que una acción no motivada por fines conscientemente perseguidos es una acción sin sentido. Desde luego eso no significa que esa acción sea absurda. La acción sin sentido puede ser meramente una reacción automática y otras veces la ejecuta la persona por hábito, rutina o tradición.

En cualquier caso, tal y como estamos utilizando el término “sentido”, sólo podemos atribuir sentido a actos, acciones o procesos conscientes, dirigidos a la consecución de metas o fines. Por esta razón, no podemos preguntarnos por el sentido -aunque sí por la función- de nuestros procesos inconscientes. Y mucho menos podemos preguntarnos por el sentido de procesos ajenos al ser humano. Por eso no tiene sentido cuestionarnos por el sentido del mundo o por el sentido de la vida, tal como concluyó Bertrand Russell.

En efecto, lo de tener un objetivo no se le puede aplicar a cualquier cosa. Sólo se le puede aplicar a aquellos seres que tienen deseos o metas conscientes. No se lo podemos aplicar a la Vía Láctea, al planeta Marte ni a la vida en su conjunto. Por otro lado, ya Sartre (el filósofo existencialista) nos mostró en su momento, que el supuesto de que el objetivo y la moralidad tenían su origen en algo que estaba fuera de nosotros mismos, es falso. Cuando este supuesto se derrumbó, para muchos se perdió el origen del sentido de la vida. Para Sartre, la verdad crucial que tenemos que reconocer es que, como la vida humana no lleva incorporado ningún objetivo ni sentido, nosotros somos los responsables de crearlos.

No podemos seguir fingiendo que el sentido de la vida está “predeterminado”, que es producto del destino, de fuerzas externas o de un plan sobrenatural y que por lo tanto no podemos decidir cómo vivir o deberíamos vivir. En realidad, es comprensible que los objetivos predeterminados hagan que la vida tenga menos sentido.

La capacidad de elegir nuestros propios objetivos es parte de lo que distingue a un ser humano consciente. Él puede asumir el control de su propia vida y utilizar su pensamiento consciente para dirigir sus propios objetivos. Un ser humano inconsciente sólo puede ser lo que es y aquello para lo que los otros lo utilicen.

Por lo tanto, lo que sí podemos preguntarnos es “¿cuál es el sentido que queremos dar a nuestra vida?”. Aquí nos estamos preguntando si queremos organizar nuestra vida de acuerdo a ciertos fines que nosotros hayamos elegido. Si nosotros de ahora en adelante queremos realizar nuestras acciones en función de algún fin o de un sistema de fines, entonces le estaremos dando sentido a nuestra existencia. Esto significa que nuestra vida, que de por sí carece de sentido como la vida en general, es susceptible, sin embargo, de recibir de nosotros mismos un sentido.

Podemos ir dando tumbos por la vida, persiguiendo en cada momento los fines concretos de ese momento, sin pensar en más, dejando al azar de las circunstancias y las emociones del instante la determinación del rumbo cambiante de nuestra vida. Pero podemos adoptar fines a largo plazo, fines últimos que abarcan la totalidad de nuestra vida, la orientan y le dan sentido. Llega una edad en que somos los responsables de darle una guía, una dirección y un sentido a nuestra vida, a nuestra existencia. De otra manera, claro está, que nuestra vida carecerá de sentido será tan sólo una mera existencia y nada más.

El principal argumento de este artículo es en el sentido de poner énfasis en que devuelve a cada uno de nosotros el poder y la responsabilidad de descubrir y, sobre todo, en determinar conscientemente, el sentido de nuestra vida por nosotros mismos. Esta tarea desde luego no es fácil. Pero creo que es clara para señalar que la vida de uno puede valer la pena en sí misma, en particular si es una vida con equilibrio de autenticidad, felicidad y preocupación por los demás; una vida en la que no se pierda el tiempo; una vida entregada a la tarea de convertirse en quien uno quiere ser y en lograr, lo más que se pueda, en esa dirección.

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