LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

Los genes, una directriz para los deportistas

Por Mario Alfredo González Rojas

 

El paso de los meses nos parece que es vertiginoso, ya hace un año que comenzamos a preocuparnos por lo que podría ser esta pandemia de Coronavirus. Después de un año, cambiamos nuestra visión de la realidad que sentíamos que era; eso de que era más inofensiva que la influenza, como decían autoridades sanitarias, entre ellas las de México, resultó una mentira. Son 180 mil muertos a la fecha, incluidos amigos, conocidos, familiares; como que ya es algo tétrico.

Se cambiaron planes, ilusiones, sueños. Lo importante es que no se diluya la pasión por hacer lo que nos gusta, al estar encerrados en la casa. A propósito de estas inhibiciones, se ha pedido a los amantes del deporte que busquen la manera de practicar el que les gusta, aún en el reducido espacio que se tenga. El caso es no perder el gusto y la afición.

Comentaba hace días vía telefónica con la doctora Blanca Rangel, subdirectora de Posgrado e Investigación de la Facultad de Organización Deportiva de la Universidad Autónoma de Nuevo León, acerca de estas trabas para ejercitarse y luego la plática derivó en los logros que se pueden alcanzar en la práctica del deporte, cuando se sabe para qué es bueno un atleta. Hay tantas facultades a veces en los muchachos, que hay que saber canalizar adecuadamente.

El tiempo va de prisa, y no hay que perderlo en practicar un deporte para el que no hemos nacido. Precisamente la doctora, especialista en genética del deporte, me refería que los genes indican cuáles son las facultades que hay que cultivar en este sentido. Con la pandemia están en la sala de espera, esas facultades dormidas en una pérdida valiosísima de tiempo y de oportunidades, pero ni modo.

Para hablar en términos mayores, se suspendieron los Juegos Olímpicos de Tokio del 2020, y pues estos de 2021 están en veremos. Las vacunas han dado a muchos la esperanza de que las cosas pueden cambiar, pero el tiempo vuela y prepararse para una competencia de tal relieve, requiere conjuntar muchos elementos: hacer torneos selectivos, seleccionar entrenadores, meter mucho dinero, etc. A unos Juegos Olímpicos va lo mejor del mundo.

El lema de los Juegos de “Citius, Altius, Fortius”, locución latina que significa más rápido, más alto, más fuerte, nació en los Juegos de París en 1900, cuando lo tomó el Barón de Coubertain, fundador de los Juegos Olímpicos, del fraile dominico Henry Didon. El religioso usaba la frase en el colegio parisino de Arcevil, para describir los logros deportivos de los muchachos. Luego en 1908, el arzobispo de Pensilvania, Monseñor Ethelbert Talbot, en los Juegos Olímpicos de Londres, pronunció en la Catedral de San Pablo, las palabras que quedaron grabadas para la historia, y que son lema también de estas competencias: “lo importante no es vencer sino competir”. Le gustaron al Padre de los Juegos, el Barón de Coubertain, y se quedaron asentadas para que las aprendieran los atletas.

El Barón, decía que tenían un alto significado por cuanto significan el esfuerzo constante de los deportistas para ser mejores. Quien va a unos Juegos Olímpicos en representación de su país, ha pasado por toda una cadena de vicisitudes. Se ha dicho, que quien acude a unos Juegos Olímpicos es un campeón de su país, pero sobre todo es un campeón de sí mismo. Como se aconseja en el libro de C. L. Padock, “Hacia las cumbres”, se debe aspirar en forma constante, sin perder de vista el objetivo de triunfar.

Con el tiempo, el lema de “lo importante, no es vencer sino competir”, se ha transformado, de hecho en “lo importante es luchar para ganar”. En la vida se pierde o se gana, pero siempre debe prevalecer un espíritu triunfalista. Pensar en la victoria nos hace superarnos.

Hacer deporte es una inclinación muy fuerte del hombre por desplegar sus capacidades y sus energías, algo natural, tanto como el bailar y cantar. El confinamiento ha sujetado de alguna forma, las ganas de hacer ejercicio en niños y jóvenes. Cuántos atletas a punto de ir a competencias el año pasado, se quedaron anclados en su preparación en distintos niveles.

Vale recordar, los objetivos que se perseguían en la antigua Grecia con las llamadas Olimpiadas. Se buscaba contribuir al desarrollo armónico del cuerpo y del alma. En tal concepto, es una actividad imprescindible en la vida de toda sociedad, el practicar algún deporte. Al objetivo mencionado se sumaba el de favorecer la amistad de los pueblos y los ciudadanos.

En el año 776 antes de nuestra era, se efectuaron los primeros Juegos Olímpicos en Grecia, lo que vino a ser la raíz de los Juegos de la época contemporánea, que se realizaron por primera vez en 1896, también en Grecia.

En los programas educativos se incluye la educación física, como parte de la formación de los alumnos. Es en la escuela en donde de forma, por decir obligada, se hace que juegue todo educando. Recuérdese la frase del poeta latino Juvenal (siglo I-II), de “alma sana en cuerpo sano”, que frecuentemente se invoca en certámenes deportivos, y que padres a hijos recitan para animarlos a practicar un deporte.

En tal concepto, resulta importante lograr el mayor rendimiento de un atleta en base a sus capacidades. La genética del deporte ocupa un lugar trascendente en el desarrollo de todo deportista, el que en ciertos casos por estar mal informado, puede equivocar el rumbo que le indican sus genes.

Hay muchos factores que frenan el desarrollo de un atleta, como son la falta de tiempo para practicar, la falta de recursos económicos, en la actualidad el confinamiento por cuestiones de índole sanitaria. Pero ahora se debe tomar en cuenta el problema derivado de la falta de conocimiento, porque no ha habido quién le diga al deportista, cuál sería la disciplina acorde con sus genes para llegar a destacar.

Se requiere el auxilio de especialistas en áreas biomédicas, biotecnológicas en la preparación de los muchachos. Como me subrayaba la doctora Rangel, “se debe aplicar la ciencia al deporte, inevitablemente”.

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