A DECIR VERDAD

 

 

El pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla

Por Rubén Iñiguez

 

En varias ocasiones se ha acuñado una y otra vez esta frase, que a pesar de ser hasta un tanto “trillada” y repetitiva, comprende tanta verdad, que en esta ocasión, amables lectores, intentaré explicar el motivo del por qué decidí utilizarla para mi opinión de esta semana.

 

Si nos remontamos a la época de los años 1,500 (DdeC), en nuestro territorio nacional, existían varias tribus indígenas, entre ellas, los aztecas, que intentaban someter a los demás pueblos, a través de crímenes atroces y crueles asesinatos. Algunos historiadores datan alrededor de 250,000 muertes que llevaron a cabo en contra de tribus aledañas y opositoras a dicha tribu. El detalle es que no sólo los asesinaban, sino que realizaban sacrificios humanos que perpetraban anualmente los sacerdotes mexicas o aztecas, antes de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo.

 

Y si los números del llamado «Holocausto azteca» causan tanta controversia, no parece extraño que suceda algo similar con la cantidad de cadáveres que -tras cada uno de los mencionados rituales- eran desmembrados, cocinados e ingeridos por este pueblo. De hecho, algunos historiadores han llegado incluso a negar que se produjera tal antropofagia. Sin embargo, los escritos de aquellos que acompañaron a Hernán Cortéz (1485-1547) en sus conquistas corroboraron la triste verdad.

 

La historia de nuestros antepasados era completamente atroz, pues realizaban actos de canibalismo puro. Algunos escritores narran cómo una víctima era sacrificada en el altar, hasta que era devorada por los aztecas. Antes de matarlos, les sacaban el corazón, los degollaban, los arrastraban por todas las gradas de las pirámides rodando dichos cuerpos ya sin vida, de arriba hacia abajo, con sus cabezas ensartadas en un palo. Los cuerpos los llevaban a las casas que se les conocían con el nombre de “Calpul”, lugar en donde los repartían para después hacerlos trocitos y luego comérselos.

 

Todo lo anterior, sin duda es un acto de barbarie, pero no está nada alejado de lo que ocurre actualmente en todo nuestro país. Antes se adoraba al sol, a la luna, a la serpiente o a la lluvia, hoy se adora al dinero, al poder, a la fama y la fortuna. Estas nuevas deidades exigen a sus fieles correligionarios, ofrendas a cambio de obtener todo lo anterior.

 

Cada vez es más común ver, a través de las redes sociales, videos y fotografías de personas asesinadas, descuartizadas, degolladas y en algunos casos, una de las pruebas que se les pide para formar parte del crimen organizado, es comerse partes del cuerpo de sus propias víctimas. Hace más de 500 años eran tribus indígenas que mataban por obtener más poder, riquezas y más territorio, ahora lo hacen exactamente por la misma razón.

 

Este fin de semana, en el municipio de Tonalá, Jalisco; asesinaron a sangre fría a 11 trabajadores de la construcción, quienes se encontraban en una convivencia, luego de haber trabajado toda su jornada laboral. Hasta el momento se desconocen las causas de esta masacre. Sin embargo, entre esos crueles asesinatos, acribillaron a un menor de edad, que estaba escondido abajo de un vehículo, pero que lamentablemente fue alcanzado por las balas de alto calibre. Ese niño no debía perder la vida, era completamente inocente. Así asesinaban a niños y a jovencitas que eran capturados por los aztecas y los ofrecían en sacrificios humanos.

 

Hoy hasta los más refinados políticos de cuello blanco, tienen algún tipo de pacto con estas “nuevas deidades,” que ponen en ofrenda a cambio de poder y riqueza, la vida de niños inocentes que aún se encuentran en el vientre de sus madres.

 

En teoría, nuestra cultura y sociedad, debería estar más civilizada, con un razonamiento lógico más elevado por todos los avances tecnológicos en los que estamos inmersos, pero que en la realidad, nos parecemos tanto a nuestros antepasados, que no eran más que asesinos y caníbales.

 

Pareciera que no hemos aprendido la lección después de tantos años, pues estamos repitiendo exactamente las mismas conductas.

 

Cierro mi participación de esta ocasión diciendo:

 

¡Pobre de mi México, tan lejos de Dios, pero tan cerca de tantas nuevas deidades, que ya volvimos al politeísmo cruel y asesino de nuestros ancestros!

Mostrar más
Botón volver arriba