LA TINTA ERRANTE

 

Lo que se quedó en el cañón

Por Germán Campos

—Hay que planear un viajecito, ¿no?—

Jesús siempre era el de los planes. Era el mayor de nuestro grupo y siempre sentimos que quería llevar la batuta en todo, aunque no fuera así.

—Hace unos años, fui con mis jefes a un cañón. Hay que ir a ver cómo está ahora. Cuando yo fui, estaba chido.

La idea se esparció por todos los presentes de forma fácil. Ya queríamos unas vacaciones y ese cañón nos parecía una opción viable.

—OK. ¿Quiénes van?—dijo Benjamín.

—Yo creo que todos, llorón el que se raje—dije al mismo tiempo que buscaba una expresión que contrariara mi argumento. Memo dijo que de plano no iría.

—Yo aquí me quedo, lárguense ustedes.

Jesús, JP, Benjamín, Eloy y yo quedamos en ir el fin de semana siguiente. Todos rondábamos los veinticinco y nos gustaba la idea de acampar lejos de la ciudad; alguna experiencia que valiera la pena para contarla en un futuro tendría que salir de ahí.

—Pues, ya quedó. Salud—dijo Jesús y levantó su cerveza. Todos juntamos los envases en el aire y el sonido mientras chocaban unos con otros cerró el pacto.

 

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Jueves Santo, seis y media de la mañana. Me quedé a dormir en casa de mi primo JP para estar listos desde temprano y comenzar nuestro viaje de Semana Santa. Yo tomé una maleta vieja; en ella puse un cambio de ropa, dos cobijas y dinero. No empaqué nada más. JP no empacó nada. Dijo que lo haría justo antes de irnos pues quedamos que Jesús pasaría por nosotros a las siete y media. Por lo regular, cuando tengo algo importante que hacer al día siguiente, me emociona tanto que no puedo dormir mucho la noche anterior.

 

JP tardó un rato más en despertar. Traía una resaca que parecían dos, así solía describirlas él, y para las siente aún roncaba.

—Despierta, güey—le dije y lo golpeé con los puños en las costillas. Nada. JP dormía como bebé recién alimentado.

—Ahí te quedas, pues—le dije.

Salí del cuarto, me metí a bañar y, después de alistarme, fui a la cocina a prepararme algo de desayunar.

 

Cerca de las siete veinte, JP salió caminando más lento que un anciano.

— ¿Ya nos vamos?

—Claro, güey. Apúrate.

—Ahí me alisto—dijo y se metió al baño.

Yo seguí con mi desayuno. A las siete veinticinco, escuché la troca de Jesús y me asomé por la ventana. Jesús sonó el claxon un par de veces, se bajó de la troca y revisó sus cosas en la parte de atrás. Tomé mi maleta, le grité a JP que se apurara una vez más y salí de la casa.

— ¿Qué hubo?

—Todo chido. Sólo reviso que la troca no tenga ningún rayón. Me dijo mi jefe que la acaban de pintar y que me convenía no hacerle ni un rasguño.

—Okey. ¿De aquí a dónde?

—Vamos a la casa de Eloy. Ahí van a estar ya Benjamín y de ahí, fuga.

—Nada más que salga este güey y nos lanzamos, pues.

— ¿Qué tanto hace?

—Ni sé.

 

JP salió quince minutos después. Cargaba una sleeping bag en una mano y una mochila en la otra.

— ¿Traes la hielera?—le dijo a Jesús y, como si supiera de antemano que la respuesta sería afirmativa, se subió a la troca. Subí en la parte de atrás, vi la hielera y me senté sobre una cobija que estaba enseguida de ella. Di dos golpes al vidrio de la cabina de la troca y Jesús arrancó hacia la casa de Eloy.

Para cuando llegamos a su casa, Eloy ya estaba afuera con una mochila y dos cobijas junto a él sobre el suelo.

— ¿Te vas a ir a vivir al cañón o qué, chato?— le dijo Jesús.

—No, pero a mí sí me da mucho frio en la noche y no sé cómo se ponga. También llevo una casa de campaña. No cabemos todos pero unos seguro que ni van a dormir.

—Ah, excelente, Eloy. Pobres de los que no les toque lugar—dije.

Jesús sabía cómo llegar al pueblito donde se encontraba el dichoso cañón, así que Eloy dijo que él lo seguiría pero que primero había que pasar por Benjamín a Las Granjas pues le había llamado para pedirle ese favor.

–Está bueno, pues. Vámonos—dijo Jesús. JP se fue con Eloy en su camioneta y yo me quedé en la troca.

 

Hicimos dos horas de camino para llegar al pueblo. Cerca del mediodía, después de pedir algunas instrucciones a los lugareños, por fin pudimos encontrar el cañón. Recuerdo que al bajarme de la troca, no pude verlo a primera vista. Parecía todo llano a los alrededores. Vi que Jesús se acercó a unas rocas enormes que estaban más adelante y después de unos minutos, gritó:

—Ahí está, hijos. Vamos a bajar las cosas porque tengo un montón de hambre ya.

—Hay que tener cuidado al bajar algunas de ellas. En las bolsas grandes, va la carne y el resto de la botana. La hielera va a ser todo un reto—dijo Benjamín.

—Ahorita vemos cómo—dijo JP.

Comenzamos a bajar todo de la caja de la troca; mochilas, sleeping bags, cobijas, bolsas, un asador de carne pequeño, etc. Jesús ya estaba en la parte baja del cañón. Eloy le aventó las mochilas y las cobijas. Minutos después, Benjamín estaba junto a Jesús y entre Eloy y yo sostuvimos el asador sobre ellos para bajarlo. Una vez que hicimos eso, Eloy y JP acercaron la hielera a la orilla del cañón para bajarla sobre Benjamín y Jesús. Veinticuatro envases grandes de cerveza estaban dentro de la hielera, además de algunas botellas más de tequila.

Eloy y JP intentaron varias formas de bajar la hielera hacia el cañón sin éxito. En algún momento, JP tomó la hielera por la tapa de plástico abierta y comenzó a deslizarla por la piedra en un intento de acercarla lo más posible para que Benjamín o Jesús la tomaran desde abajo. Un segundo más tarde, solo alcanzamos a escuchar lo que me pareció un rozón de la hielera contra la roca y el fuerte golpe del plástico y vidrio al impactarse contra el piso.

Entre gritos y reclamos, nadie podía quitar la vista de los envases caídos sobre las rocas.

—Ya valió m%$&%—gritó Jesús.

—Pin%&$ JP—dije yo.

— ¿Nos regresamos?—dijo Benjamín.

—Te hubieras esperado, JP. Ya te iba a ayudar—dijo Jesús.

Eloy se acercó al lugar del accidente.

—Quedaron cuatro buenas y las botellas que trajiste, Benjamín.

La verdad es que parecía poco para cinco adultos y los dos días que teníamos planeado quedarnos.

—Bueno, ya estamos aquí—dijo Jesús y siguió acomodando el asador. JP no dejaba de mirar los envases, como si no creyera lo que acababa de presenciar. Todos nos ocupamos en algo mientras él no dejaba de decirnos que no podía creer lo que había ocurrido. Que, para él, su plan no tenía falla. Pero, al final, falló.

 

Teníamos la intención de recorrer el cañón durante la tarde pero no tomamos en cuenta la temperatura dentro del cañón. Armamos la casa de campaña, JP hizo una fogata y, como ya estaba anocheciendo, decidimos dejar la excursión para el día siguiente. Esa noche, hablamos de miles de anécdotas. Siendo yo más joven que el resto de los que estábamos ahí, no asistí a la misma escuela, así que cuando contaban sus anécdotas escolares, todos contribuían con detalles que iluminaban más las experiencias y sentían como si lo estuvieran viviendo por primera vez.

Alrededor de las dos de la mañana, después de un día de eventos agridulces, nos preparamos para ir a dormir. Jesús y JP durmieron a la intemperie; cada uno en su sleeping bag. Eloy, Benjamín y yo alcanzamos lugar dentro de la tienda de campaña. No era mucho mejor que estar afuera pues el clima era bastante frío y la cantidad de cobijas que cada uno tenía pareció no ser suficiente, además de que yo olvidé mi almohada. No fue, para nada, una buena noche.

 

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Cuando desperté, cerca de las ocho de la mañana, todos seguían dormidos. Salí de la tienda y pude ver que JP parecía una oruga gigante dentro de esa fea bolsa para dormir. Jesús aún tenía un vaso de tequila a medio terminar a su lado. El carbón del asador estaba humeando, lo que me hizo pensar que ninguno de ellos tenía mucho tiempo dormido.

Media hora después, Benjamín salió y acomodó sus cobijas junto a donde estaba la fogata para tener un lugar donde sentarse.

—A ver si estos no se acabaron la botana anoche.

—No lo dudo, aunque lo que sí creo es que se hayan acabado el alcohol.

—Ni era mucho, pero ojalá hayan dejado botana.

Poco más de una hora después, desayunamos todos juntos. JP y Jesús decidieron meterse a un pequeño río que corría dentro del cañón. Eloy pensó en seguirlos pero el agua estaba tan fría según su criterio que rápido abandonó la idea. Al mediodía, caminamos por el cañón sin un rumbo específico. En algunas partes, el agua era poco profunda y podíamos caminar en ella sin problemas. Eloy siempre iba varios metros atrás, por alguna razón.

Caminamos durante casi dos horas. Eloy se atrasaba un poco y, momentos después, nos pasaba a toda velocidad. Se adelantaba un poco hasta que lo alcanzábamos de nuevo.

— ¿Por qué corres, chato?— le dije.

—Me duelen los tobillos con el agua fría. Nomás no la aguanto.

Llegamos a un estrecho bastante alto. Apenas alcanzábamos a ver el sol debido a lo angosto del lugar pero la vista era impresionante. Descansamos un poco, bebimos lo que nos quedaba del tequila, tomamos algunas fotos y seguimos el recorrido.

—Hay que regresar. Ya hace hambre, ¿no?—dijo JP. Los demás asentimos y comenzamos la caminata de regreso.

 

Al llegar al lugar donde estaba la fogata, Jesús y Benjamín comenzaron a preparar el carbón para la comida de la tarde, mientras que JP volvió a entrar al río. Eloy y yo nos sentamos sobre las cobijas frente a la fogata para secarnos los pies y extender los calcetines pues estaban empapados después de la caminata.

Cuando la comida estuvo lista, nos sentamos todos juntos y no pudimos evitar mencionar el triste incidente del día anterior donde nuestro abastecimiento de cerveza había sufrido una pérdida irreparable. En ese momento, incluso nos causó un poco de gracia pero no dejamos de restregárselo a JP.

—A la otra, no te acerques a las hieleras, mejor—dijo Jesús.

—No fue mi culpa. La hubieran agarrado ustedes.

—Ni nos avisaste—dijo Benjamín.

—Ya ni modo. Hay más tiempo que cerveza—dijo Jesús y todos comenzamos a reír.

 

El camino de regreso pareció más corto que el de ida. Llegamos a la capital antes del anochecer del viernes santo. Ya afuera de la casa de JP, tuvimos la intención de comprar más cerveza y botanas pero algunos argumentaron que se sentían cansados. Quedamos en reunirnos de nuevo al día siguiente.

—Ya está—dijo Eloy y los demás lo seguimos con gestos similares.

Justo antes de que JP entrara en su casa, Jesús le gritó:

—Oye, no se te olvide que aún nos debes esas cervezas.

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