LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

De los frutos de la pandemia: ¡Rescatar libros!

Por Mario Alfredo González Rojas

 

La famosa pandemia nos ha obligado a mirar muchas veces al día nuestra recámara, el librero, todos los cuartos de la casa…unos más que otros. Es algo así, como cuando tenemos que esperar, a que nos atienda alguien en una oficina y clavamos y clavamos los ojos en un cuadro, las cortinas y hasta en nuestras propias manos. Es la espera con sus mil pensamientos.

En eso estaba esta mañana, cuando descubrí en mi librero el “Manual de Urbanidad”, mejor conocido como el “Manual de Carreño”, esa obra ya no tan mencionada ahora, salvo por alguna necesidad de recordar que algo se ha perdido en el trato de la gente. Antes era usual que un mayor (de edad) le recordara a un menor, que tomara en cuenta las reglas del ya olvidado manual. Nos invitaba a las buenas maneras, la urbanidad, guardar la distancia “generacional”.

Este libro fue escrito por el venezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874), en Venezuela, en 1853. Habla de los deberes morales, de los deberes para con la sociedad, de los deberes con uno mismo. Se extiende hasta en la forma de arreglar nuestra habitación, la forma de vestir, de comer, etc. Hará cosa de un año y medio o más, hice comentarios sobre el libro en una de mis cápsulas en Radio Universidad, donde laboro, y un oyente luego me preguntó acerca del tema. Para él era novedoso el Manual, pero le interesó mucho su temática y me prometió que lo compraría. Esta mañana, el mirarlo no como un florero sino más bien como una fuente de conocimientos, me hizo pensar en otras obras que en el pasado constituían grandes atracciones y que de cuando en cuando, salen en comentarios con los amigos.

No me refiero a los libros monumentales como “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, “La divina comedia”, “La Odisea”, etc., sino a otros, que sin ser tan trascendentes como los mencionados, eran motivo de glosa, de “a propósito”, en distintas ocasiones. ¿Quién no recuerda “El declamador sin maestro”, “La Escuela del orador”? En “El declamador sin maestro”, se referían consejos para la persona a quien le gustaba la poesía y se inclinaba por declamar, pero que carecía de las reglas para hacerlo.

De pasada, esta obra contenía poemas, que hicieron época en un tiempo, tales como “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro, “La chacha Micaila”, de Antonio Guzmán Aguilera, “En Paz”, de Amado Nervo, ¿”Por qué me quité del vicio”?, de Carlos Rivas Larrauri, “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío.

Y la gente se animaba a declamar en distintas ocasiones. Y de pasada, se quedaba con el mensaje del poema, que no le estorbaba para nada en su vida presente y futura.

Eran otros tiempos. A las mujeres les gustaban los poemas, y entonces los “galanes” se esmeraban por aprender a declamar, y a veces hasta se “pirateaban” cierto poema, o algún cachito del mismo para decírselo a la “interfecta” a la primer ocasión, y con eso de que la lucha es permitida, pues se quedaba bien. Antes hasta salían declamadores en canales de televisión y de radio, lo que le daba el toque artístico, cultural a las programaciones. Posiblemente usted se acuerde de Manuel Bernal, José Antonio Cosío, Guillermo Portillo Acosta, Rafael Acevedo, que fueron varios de los grandes declamadores, ya empolvados por el tiempo cruel.

“La escuela del orador”, era otra obra muy práctica, con las reglas que había que seguir para hablar bien en público. Contenía algunos discursos para varia ocasión. De esta manera se estimulaba al niño, joven, adulto para “entrarle a la oratoria” en su ambiente, ya fuera escuela, club…

Ya que hablamos de libros que dejaron huella, y tomando en cuenta el Día Internacional de la Mujer, que es mañana lunes 8 de marzo, guardo en mi librero dos obras que fueron muy leídas en su tiempo. Son “El varón domado” y el otro, “La emancipación de la mujer”. En 1971 salió a la luz “El varón domado”, de la socióloga argentina Esther Vilar, de origen alemán, El libro trata, de que las mujeres no son oprimidas por los hombres, sino que controlan a los hombres para su ventaja.

En 1972, la ONU decidió establecer el Día Internacional de la Mujer, que se celebraría a partir del 8 de marzo de 1975. “La emancipación de la mujer”, es un libro escrito por Lenin (Rusia 1870-1924), el Padre de la Revolución rusa, y en él exalta el revolucionario el papel de la mujer en diferentes espacios, destacando el desempeñado por las trabajadoras.

Lejos quedó el libro en el tiempo, pero no en mi librero, del alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), “El amor, las mujeres y la muerte”, en que dejó la frase tajante y misógina: “La mujer es aquel ser de ideas cortas y cabellos largos”. Schopenhauer ha sido el máximo representante del pesimismo filosófico, y tuvo una amplia influencia en personajes como Sigmund Freud, Carlos Gustavo Jung, Albert Einstein, entre otros. De muchacho, recuerdo que era muy “recitada” por muchos, aunque tal vez sin el objetivo de un misógino, la citada frase; creo que más que todo, por tratarse de la expresión de todo un señor de la filosofía. Pero eran los días en que estaban muy distantes los grandes avances de las mujeres, por ser iguales que los hombres ante la ley, así como en las costumbres.

La equidad de género es una constante de la que se habla con frecuencia, sobre todo desde el último cuarto del siglo XX, con hondas repercusiones en ámbitos como el político y económico. En México a partir de 1953, durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, se reconoció el derecho de votar de las mujeres, las que en 1955 ya acudieron a las urnas en elecciones de diputados federales.

Algo le debo, pues, a este encierro, porque me detuve placenteramente un poco en el tiempo, repasando ideas que dejaron huella en generaciones. Hay que aceptar que unos pasos siempre dejan huellas.

¡Que sean para bien!

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