LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Sin spots y sin debates, por una austeridad republicana

Por Mario Alfredo González Rojas

 

Una modalidad generadora de la atención pública en las campañas políticas, es la realización de debates. Sin embargo, se considera de muy poco provecho lo que se diga o deje de decir en los debates, porque no se lleva a la práctica lo que se promete en campaña. El ciudadano sensato y maduro, espera de los debates información precisa y realista sobre las posibles soluciones a los problemas locales o nacionales, según sea el caso.

Primero fueron una novedad los debates, despertándose la curiosidad del “respetable”, más que todo, pero de ahí no pasaba, en honor a la verdad, ya que la mexicana no es una sociedad altamente informada de los asuntos políticos. Los debates, es sabido, tienen el objetivo de informar a los electores sobre los programas que se realizarían, en caso de obtener el voto mayoritario. Acerca de los puntos de vista en torno a los problemas que se viven en la sociedad, es una oportunidad de conocer los alcances de cada candidato.

Fue el 26 de septiembre de 1960 cuando se efectuó el primer debate televisivo en el mundo, durante la campaña presidencial de Richard Nixon y John F. Kennedy. Entonces se logró una audiencia de 66 millones de personas, que se consideró alta para una población de 179 millones. Comentarios de la época aseguran, que el debate fue ganado por Kennedy, lo que influyó, dicen, para inclinar la balanza a su favor en las elecciones.

En nuestro país, el primer debate en un proceso para contender por la Presidencia de la República, se llevó a cabo el 12 de mayo de 1994. Fue el único debate de la campaña, en la que participaron Ernesto Zedillo, por el Partido Revolucionario Institucional, Diego Fernández de Ceballos, por el Partido Acción Nacional, y Cuauhtémoc Cárdenas, por el Partido de la Revolución Democrática. Nada más ellos intervinieron, por contar con la mayor “intención de voto”. No se corrió la invitación por este motivo a Cecilia Soto, del Partido del Trabajo, así como a Jorge González Torres, del Partido Verde Ecologista de México.

Los resultados electorales confirmaron el poco entusiasmo, que estos dos últimos despertaron en los votantes, al acreditar la candidata Soto, el 2.75% de los sufragios, y González, el 0.92%. Ese primer experimento de exposición de cualidades y propuestas de los debatientes, no resultó muy afortunado. Para empezar, se contó con un formato muy acartonado, y no prevaleció un real intercambio entre los protagonistas. A decir de ciertos críticos, el que lució mejor fue Diego Fernández de Ceballos. No faltó desde luego el ingrediente porrista y triunfalista de los partidos de los otros dos aspirantes, y además, pronto se apagó en el ánimo popular lo poquito que pudo haber sembrado, la al final, “perorata” de los tres. Simplemente el debate no conmovió la intención del voto, si nos atenemos al criterio, de que a Fernández de Ceballos se le consideró como el mejor.

Para el 2000 se repitió la fórmula de hacer debates, efectuándose dos en dicho proceso electoral, que no lograron conmover a la opinión pública. Vicente Fox compitió con Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas, y de esas comparecencias no quedó nada para la historia, salvo las ocurrencias del guanajuatense, quien lejos de proponer la mejor solución a los problemas del país, se esmeró en lanzar ataques al gobierno y “lucirse” como un brabucón. Para el 2006 y 2012, se armaron también dos debates en cada proceso, que pasaron sin pena ni gloria. Quedó demostrado que estos “encuentros de ideas”, simplemente no aportan gran cosa al comentario público. Es más lo que se pierde con la inversión, que lo que reditúan. En 2018, se realizaron tres debates, en los que nos salpicamos los televidentes con toda la lluvia de adjetivos que se profirieron unos a otros. A ver hasta cuándo se hace a un lado, esa que parece una regla obligada, de toda confrontación política, de hacer una pasarela de candidatos.

También vale recapacitar sobre la necesidad de utilizar spots, como medida propagandística en los procesos electorales. Ciertamente es una millonada, la que se gasta por los diferentes partidos para promocionar sus mensajes, restando el tiempo que dedica el público al entretenimiento y diversión. Lo peor de todo, es la caterva con que nos atosigan, las más de las veces con mentiras, exageraciones y deformaciones de la realidad. Se prometen mil cambios para mejorar las condiciones del país, valga recordar como cuando Francisco Barrio ofreció en su campaña para gobernador de Chihuahua, en 1992, quitar de nuestro estado las casetas de peaje, bajo el argumento de que su cobro afectaba la economía de los chihuahuenses. Y ya que hablamos de Fox, entre otras promesas deshilachadas dijo que el problema de Chiapas, del EZLN, de Marcos, él cuando llegara a la Presidencia lo iba a arreglar en 15 minutos.

Una conclusión generalizada es, que tan hablador, “es el pinto como el colorado”, o para decirlo en términos bíblicos, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”; no es privativo de un solo partido llegar a toda clase de exageraciones y abundantes promesas, todos, salvo en regateadas excpeciones, hablando de piedras, se tropiezan con la misma. Sucede en las campañas como en la época del noviazgo, siempre se busca dar la mejor cara, el caso es convencer e ilusionar, o embaucar a quien se deje.

En los spots, con el tiempo mínimo por lo general, de 30 segundos, en televisión o en radio, se pretende impactar a la audiencia. Se busca reforzar la solidaridad hacia el candidato, se quiere dejar información para los que no comulgan con este, o con los que se muestran indecisos. Y a fin de cuentas, lo que florece es un enorme gasto, un hiriente despilfarro, fincado en los muchos millones de spots con que se nos atosiga por varios meses.

Además, de los sueños por una patria mejor, más generosa, en los debates y en los spots, se esparcen acusaciones de todo tono, que hacen pensar en la acción de la justicia, para ajusticiar desde luego, pero después de esos foros demagógicos, nadie va a la cárcel, y todo queda en simples manchas al honor, que en política equivalen a nada. De facto, todos esos actores tienen fuero.

La lucha es permitida, pero no se vale deformar la realidad, que es la materia con que trabaja un gobierno. Siempre, también los gastos son onerosos y con la pandemia, peor. Y la austeridad republicana, pues vale para todo gasto público.

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