EL HILO DE ARIADNA

 

¿Dispositivos más inteligentes que los humanos?

La regulación de la inteligencia artificial

Por Heriberto Ramírez

 

Muchas de nuestras discusiones entre amigos o colegas, o preguntas inquietantes suelen culminar con una consulta a la red, o sea, dejamos, metafóricamente hablando, a la inteligencia artificial la última palabra. Quizá, sin advertir hemos depositado una gran cantidad de confianza en los llamados dispositivos inteligentes, la administración de nuestras cuentas bancarias, la regulación del tránsito vehicular, nuestras compras, la correspondencia, los cálculos de matemáticos de investigaciones científicas, entre tantas otras actividades cotidianas, ahora dependen del buen funcionamiento de sistemas informáticos.

Las expectativas creadas en torno a la inteligencia artificial eran amplias, alimentadas por la literatura y el cine, en el periodo finisecular previo se vislumbraba el advenimiento de un siglo plenamente automatizado; sin embargo, a la vuelta del cambio de dígitos en el calendario estas expectativas poco a poco fueron rebajadas. Los sueños de Alan Turing y Norbert Wiener poco a poco parecieron difuminarse.

Aunque cada cierto tiempo el entusiasmo vuelve a renovarse, incluso con una entusiasta embriaguez, pues los ánimos se renuevan tras cada nuevo anuncio de algún robot dotados de nuevas capacidades que parece emular, e incluso superar, las humanas. O bien, se publican los grandes logros en investigaciones biotecnológicas o nanotecnológicas llevadas al cabo con la ayuda de inteligencia artificial para realizar cálculos sumamente complicados que a los humanos les llevaría una cantidad de tiempo inestimable.

A esto habrá que sumar la aparición en el escenario de futurólogos anunciando la llegada de vehículos, en un periodo un tanto próximo, autónomos, que pareciera un asunto menor pero esto puede cambiar el escenario urbano casi por completo, dadas sus implicaciones; asimismo, se vaticina la prolongación de la vida humana, hasta llegar hacerla amortal, es decir, que un ser humano sí puede perecer si afronta sucesos traumáticos por los cuales la medicina ya no sea capaz de salvarle, pero si no es así puede llegar a vivir un tiempo bastante más prolongado.

En este escenario algunos de sus protagonistas como Nick Bostrom, Katherine Hayles o Ray Kurzweil, entre varios más, encabezan el llamado movimiento transhumanista, con publicaciones y advertencias cercanas a lo profético. Por ejemplo, Kurzweil, en su libro La singularidad está cerca, nos anticipa el momento en el que un ordenador, red informática o robot será capaz de mejorarse a sí mismo, recursivamente, y nos advierte que este fenómeno ocurrirá alrededor del año 2045, en el cual se estará dando un ascenso gradual hacia esta singularidad. Es un momento en el que se espera que las inteligencias basadas en la informática superen total o significativamente la capacidad intelectual humana.

Por supuesto, sus publicaciones y predicciones proféticas han despertado un sinfín de polémicas y discusiones. Para muchos representa simplemente un acto de propaganda y deseos de llamar la atención, sin un fundamento sólido; también hay quien piensa que esto debe ser tomado más en serio, pues lo mismo puede significar una etapa revolucionaria en la coevolución entre humanos y máquinas que pueda llegar a convertirse en una seria amenaza para todos.

Es así que distintas voces se han hecho oír pidiendo desde ya una especie de regulación de los desarrollos de la inteligencia artificial. Es perfectamente concebible pensar en la existencia de una amplia gama de posibles regulaciones, desde la autorregulación por parte del sector empresarial o de la comunidad científica, con una supervisión gubernamental mínima, a un tipo de regulación formal, a través de organismos creados exprofeso, con reglamentos y normas estandarizados, incluso para casos más específicos; hasta formas más intrusivas que establezcan un control y una vigilancia estricta sobre los responsables del desarrollo de los proyectos en ciernes.

Estas formas de control o regulación se han aplicado con relativo éxito sobre la energía atómica, el control de armas químicas, la biotecnología y sobre prácticas agrarias. De igual manera es perfectamente plausible considerar este tipo de control sobre los usos y posibles abusos de la inteligencia artificial. Sin dejar de considerar que, en algún momento, ante una posible omisión de organismos reguladores, sea la ciudadanía quien pueda intervenir con participación y propuestas de índole regulatoria, sin que esto tampoco llegue a convertirse en una amenaza para el desarrollo tecnológico, sino más bien en medidas precautorias ante posibles peligros y daños a personas y medio ambiente.

Si aceptamos la idea de que el futuro no está escrito y somos los humanos quienes intervenimos en su diseño y desarrollo, entonces, ocuparnos de estos asuntos es una idea, además de plausible, pertinente y necesaria.

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