EL ORÁCULO DE APOLO

 

La importancia de los clásicos

Por Enrique Pallares

 

La Unesco fijó el 23 de abril como el Día mundial del libro, en conmemoración de la muerte de Miguel de Cervantes, de William Shakespeare y de Garcilaso de la Vega el Inca en 1616. Esta remembranza a nivel mundial, tiene como objetivo fomentar la lectura, proteger la propiedad intelectual y los derechos de autor. Para celebrarlo, hablaremos de los clásicos.

El término “clásico” tiene varios significados pero aquí nos quedaremos con la noción específica que expresa la de ser de primera clase, de primera categoría, una obra de mucha calidad. Aunque también con la de ser un modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia.

Cuando hablamos de los clásicos regularmente nos referimos a los clásicos de la literatura, tales como La Odisea o La Iliada de Homero; a la Divina Comedia de Dante; El Quijote de Cervantes; Romeo y Julieta de W. Shakespeare; las obras de Mark Twain (o Samuel Clemens); Dickens o Edgar Allan Poe. Sin embargo, también hay clásicos en la filosofía y en la ciencia. La República de Platón. Ética nicomáquea de Aristóteles; Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei o también la obra Sobre la teoría de la relatividad especial y general de Einstein, tan sólo por mencionar algunos.

Italo Calvino, escritor del siglo XX (1923-1985), llama clásicos “a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos».

También nos dice este autor que «Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual».

Lo que pasa con mucha frecuencia, es que es muy fácil dejarse llevar por modas pasajeras en las que la mediocridad de algún producto se explote, y que resulte casi inevitable no unirse a los demás en su alabanza de algo vulgar; lo malo o lo simplemente regular, se convierte, por tanto, en objeto de veneración ciega por parte de la gente.

Necesitamos a los clásicos porque sin unos cimientos fiables se pierde sensibilidad (o sencillamente ni se adquiere), y se descuida la posibilidad de hacer comparaciones de buen nivel.

Los clásicos siempre están ahí para decirnos: aquí estoy yo como punto de referencia. Pues debe ser claro que ellos nos proporcionan unos fundamentos muchas veces necesarios para saber discernir lo bueno de lo meramente oportuno e irrelevante.

Es indudable que si hoy en día seguimos leyendo a Cervantes, Platón, Dostoyevski, o Galileo es por algún motivo. Es porque nos transmiten algo del ser humano que se mantiene más o menos permanente y que no pasa de moda. La literatura, como producto, y la lectura como actividad, superan las barreras de espacio y del tiempo: por eso, autores como estos, son clásicos.

Si hay algún rasgo que defina la atemporalidad de estos autores son precisamente sus reflexiones o comentarios sobre el ser humano y el mundo; leerlos, por lo tanto, nos hace más humanos a nosotros los lectores. Aunque, es importante señalar, y vuelvo a citar a Italo Calvino: «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir».

¿Por qué se deben leer los clásicos? La lectura de los clásicos es objeto de dos planteamientos a menudo excluyentes: o son pura “materia de erudición” y por lo tanto las lecturas escolares deberían prescindir de ellos, o bien son materia tan interesante y fundamental que, justamente por su valor irremplazable, constituyen la base de la formación intelectual de las nuevas generaciones. Sin embargo, no se repelen ambas, pues debe ser claro que su lectura puede ser formativa, en el sentido de que proporcionan un contexto mental a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos y puntos de comparación.

Las obras clásicas no necesitan abogados defensores, sólo requieren un hueco en los estantes, en los escaparates y en los planes de estudio. A lo largo de los siglos, son capaces de sembrar de gratitud la mente de sucesivas generaciones, pues por sí solos tienen la capacidad de emocionar y hacer pensar. Nos proporcionan mejores esquemas de clasificación, nos alimentan en muchas ocasiones de escalas de valores, nos dan paradigmas de belleza y muchas otras cosas más.

La escuela no puede prescindir de los clásicos, debe darlos a conocer para que luego los estudiantes puedan elegirlos o rechazarlos. Los clásicos son necesarios, pero desde luego, si no nos atraen, no hay que amargarse la vida por no leerlos. Ya llegará (o no) el momento adecuado. La libertad de leer lo que nos gusta es mucho más esencial, y no podemos renunciar a ella. Pero eso sí, los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados e inéditos resultan al leerlos de verdad.

Finalmente, para los jóvenes: recuerden que la lectura es uno de los mejores ejercicios posibles para mantener en forma el cerebro y las capacidades mentales. La lectura en definitiva, llena de actividad el cerebro y refuerza las habilidades sociales y la empatía, además de reducir el nivel de estrés del lector. Pero un motivo agregado, para que los mayores sigan leyendo, es la plausible creencia de que no somos verdaderamente viejos hasta que no empezamos a sentir que ya no tenemos nada nuevo que aprender. ¡A celebrar este viernes 23 con una buena lectura!

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