LA TINTA ERRANTE

 

Diciembre 8

Por Germán Campos

 

Diciembre 6, 1980.

Eran las nueve de la mañana cuando mi padre y yo por fin llegamos a la gran manzana, como le llama él a esta parte del mundo y, aunque no entiendo muy bien por qué le llama así, me gusta cómo suena. Fue un día bastante frio. En el lugar de donde venimos, no acostumbramos tener inviernos tan crudos. Me llamó la atención no ver el sol por ningún lado. No sé si se esconde de vez en cuando o también se va de vacaciones. Lo primero que noté fue el ruido fuerte y constante a toda hora del día. Para donde miraba, había millones de luces que parecían apuntar hacia mí sin importar a donde me moviera. Como en unos días es mi cumpleaños número doce, me gustó la idea de que todas las luces de la ciudad lo supieran.

El sonido de los autos me asustaba a cada instante, lo que me hacía apretar la mano de papá cada vez más fuerte mientras caminábamos. Fuimos a almorzar a un lugar muy pequeño con vitrales grandes que estaba en una esquina. Pedí dos malteadas y huevos con jamón para los dos. A papá no le gusta el huevo pero eso no le importó. Me platicó de los planes que tenía para los próximos días, que de ahí viajaríamos de regreso a casa pero que él tendría que volver a viajar por su trabajo y me quedaría con mi mamá hasta mediados de enero. Le dije que no me molestaba; que lo único que me importaba era estar ahí con él.

Una vez que terminamos el desayuno, entramos a una tienda de ropa justo enseguida de donde habíamos desayunado. Papá me compró dos vestidos hermosos, unos zapatos cómodos porque dijo que en este viaje pasearíamos mucho y una mochila color rosa. Él sólo se compró una cachucha de beisbol y una sudadera con las iniciales NY en la espalda. Ambos salimos de la tienda contentos con lo que compramos.

Caminamos muchas cuadras hasta que nos detuvimos frente a un edificio extraño y gigantesco. Tenía la apariencia de ser bastante viejo. Cuando le pregunté a papá dónde estábamos, me dijo que en el noroeste de Manhattan (ni siquiera sé si así se escribe el nombre que él mencionó). Me platicó que en ese lugar vivía uno de sus más grandes ídolos, que había planeado venir desde hacía varios años y que le daba gusto que yo lo hubiera acompañado en este viaje. Me dio gusto formar parte de los planes de papá.

Antes de cruzar la calle, papá nos detuvo un momento para admirar el edificio. Intenté no mostrar mi sorpresa pero la verdad es que, por dentro, estaba impresionada. Vi a muchos adultos y niños en la acera. Parecían estar esperando algo porque volteaban constantemente hacia la entrada principal.

Después de unos minutos, cruzamos la calle. Nos paramos frente a una puerta de metal de unos tres metros de altura. La entrada tenía muchos barrotes negros y delgados que le daban la apariencia de ser una jaula inmensa. Junto a la puerta estaba un hombre vestido de sombrero y gabardina. El sombrero era tan extraño que parecía de gendarme, como los que yo había visto en algún libro. Por un momento, quise reírme pero inmediatamente miré de nuevo la entrada principal del edificio. Me dio la impresión de que un rey o un político importante era el único que podía utilizar esa entrada. Papá no dejaba de mirarla. Noté la emoción en su rostro, como si no creyera que al fin estuviéramos ahí.

Me quedé mirando a los niños que jugaban en la acera mientras mi papá conversaba con una señorita de abrigo rojo y bufanda blanca y larga. Traía puesto un gorro para cubrir su cabeza del frío y recordé que había olvidado el mío en el hotel. A los pocos minutos, nos dirigimos a la calle Broadway pues mi papá quería comprar un disco (uno más) de su cantante favorito; como si no tuviera ya suficientes en casa. Dijo que necesitaba comprarlo porque volveríamos al mismo lugar al día siguiente y tenía la esperanza de que su ídolo se lo autografiara.

Cuando salimos de la tienda de discos, le dije a papá que me sentía muy cansada y estuvo de acuerdo en volver al hotel. Dijo que saldríamos a cenar después de pasar un rato en el cuarto de hotel y eso me daría tiempo de llamarle a mamá para platicarle lo que hicimos hoy. La llamé pero no me contestó. Bueno, me voy porque ya dijo papá que me alistara para irnos a cenar.

 

Diciembre 7, 1980.

Desperté a papá temprano porque quería salir a caminar. Sentí curiosidad por ver de nuevo todos esos edificios altos y llenos de luces que parecen interminables. Papá dijo que tendríamos que esperar hasta la tarde porque debía hacer varias llamadas por teléfono. No me lo dijo pero imaginé que eran de su trabajo. Papá se disculpó y prometió que iríamos a ver una película juntos. Incluso me dejaría escogerla. Le dije que estaba bien y pedimos que nos mandaran el desayuno al cuarto. Él no desayunó por estar muy ocupado toda la mañana con cosas del trabajo.

Cuando por fin papá terminó sus llamadas telefónicas, salimos del hotel y subimos a un taxi. Papá le dijo al taxista que nos llevara a Central Park y me preguntó si traía conmigo la cámara fotográfica. Al llegar a Central Park, tomé la primera de muchas fotos. La vista del parque desde la Quinta Avenida es algo que le quiero mostrar a mamá cuando regresemos de este viaje.

Seguimos caminando por la acera donde pudimos ver muchos puestos de regalos y fotografías, además de puestos de comida. Es muy común ver vendedores ambulantes en las aceras de Central Park. Creo que estábamos en la calle 59 pero no estaba segura y no pensé que fuera importante. Papá compró un par de botellas de agua y seguimos hasta la entrada al parque. Tomamos el camino que nos llevó hasta el estanque donde nos detuvimos por cerca de quince minutos. Papá le pidió a un muchacho con apariencia de estudiante que nos tomara unas cuantas fotos. Yo tomé a papá de la cintura y el me rodeó con su brazo izquierdo; cada uno con su botella de agua en la mano.

Papá miró su reloj y comenzamos el camino hacia el lago. Cuando llegamos al lugar, tomamos unas fotos más y le dije que ya tenía hambre. Me prometió que iríamos al cine pero que primero pasaríamos por el edificio que habíamos visto el día anterior y después comeríamos algo. Me gustó la idea porque papá siempre cumplía sus promesas y yo sabía cuánto le gustaría ver ese edificio una vez más.

Mientras caminábamos hacía el lugar, le pregunté qué esperaba ver en ese edificio; le dije que para mí había mejores cosas qué ver en una ciudad tan asombrosa. Él simplemente sonrió y me contó su enorme gusto por la música de su artista favorito. Él nunca imaginó tener la oportunidad de conocerlo en persona y la idea de poder hacerlo le causaba una gran emoción.

Al llegar, noté que mucha gente ya estaba reunida; quizás aún más que ayer. Papá reconoció a la misma señorita con la que había conversado y nos acercamos hasta donde estaba ella junto con otras dos personas que parecían ser sus amigos. Todos tenían en sus manos un disco igual al que papá había comprado. Imagino que todos, al igual que papá, esperaban un autógrafo.

Permanecimos ahí durante una hora. Nada. Poco a poco, la gente que estaba reunida frente a la entrada de barrotes de metal comenzó a irse. Papá se notaba un poco inquieto; malhumorado tal vez. Yo estaba sentada en la orilla de la acera cuando papá me tomó de la mano y me dijo que nos apuráramos si queríamos alcanzar a ver una película. Debíamos llegar temprano al hotel para poder llamarle a mamá. Cuando salimos del cine, llegamos a un restaurante de comida japonesa y papá pidió comida para llevar. La película duró un poco más de lo que habíamos pensado y no nos dio tiempo de ir a cenar. Al llegar al hotel, llamé a mamá pero hoy tampoco contestó. Ya tengo sueño así que la llamaré hasta mañana.

 

Diciembre 8, 1980.

Cuando desperté, papá ya se había arreglado. Dijo que quería que saliéramos a desayunar y pasar todo el día paseando pues, al día siguiente, debíamos regresar a casa. Los planes habían cambiado después de recibir una llamada telefónica temprano en la mañana, así que quiso que aprovecháramos al máximo el último día de nuestro viaje. Tardé un poco en estar lista para salir porque llamé a mamá varias veces pero no me contestó. Quise avisarle que mañana viajaríamos de regreso. Ya no hubo tiempo.

Almorzamos en el restaurante de un hotel muy bonito. Papá pidió un gran desayuno y me dejó pedir lo que yo quisiera. Como no tenía mucha hambre, sólo pedí un sándwich con una malteada. Le pedí a papá que me contara qué pasaba pero dijo que sólo eran cosas de trabajo aburridas. Le pregunté si volveríamos al edificio que tantas veces habíamos visitado en los últimos días y dijo que sí pero que lo haríamos en la tarde, después de pasear e ir de compras.

Volvimos a la calle Broadway pero, en lugar de entrar a la tienda de discos como la vez anterior, pudimos entrar a varias tiendas de ropa. Papá compró dos trajes elegantes, tres pares de zapatos y un portafolio gris. Yo le pedí un nuevo traje de baño porque quería volver a mis clases de natación en cuanto llegara la primavera. Dijo que podía escoger algo más y me decidí por una blusa blanca con mangas azules y la palabra New York en el frente. El tiempo pasó tan rápido que, al terminar las compras, ya era hora de comer.

Comimos en el restaurante de un hotel grandísimo. Papá no dejó de hablar de lo sabrosa que estaba la comida y yo sólo lo escuché y sonreí porque estaba resultando ser un día grandioso. Terminamos de comer cerca de las tres y papá quiso volver al hotel a hacer unas llamadas por teléfono porque había olvidado su agenda.

Cuando volvimos a salir del hotel, le pregunté si podíamos ir de nuevo a Central Park pero dijo que no tendríamos tiempo. Pude ver que traía en la mano el disco que compró el primer día que llegamos a Nueva York. Supe de inmediato cuál era su plan para el resto de la tarde.

Caminamos hacia el edificio de la puerta con apariencia de jaula otra vez. Al dar vuelta a la esquina, papá pidió que nos apresuráramos pues creyó ver a su ídolo (así lo llamó) entre la gente que se aglomeró a la entrada. Pude escuchar cómo papá gritó que sí era él y, cuando volteé, me pareció ver al hombre en la foto del disco de papá autografiándole uno igual a una de las personas que estaban a su alrededor. Aún estábamos un poco lejos, así que cuando por fin pudimos acercarnos, sólo vimos cómo el ídolo de papá se metió a su limosina acompañado de varias personas y se alejó del lugar.

Pude ver el gesto de decepción en el rostro de papá por no haber llegado unos minutos antes. Tal vez hubiera sido la diferencia y al fin lo habría conocido en persona. Papá me miró, tomó mi mano derecha y notó que yo tenía el disco en la mano izquierda. Dio un enorme suspiro, me sonrió y comenzamos a caminar hacia el parque.

Acabamos de volver al hotel. No hemos cenado aun porque papá no lo ha mencionado. Creo que aún está pensando en lo que pasó esta tarde. Ojalá pronto tengamos oportunidad de volver a esta ciudad e intentar obtener ese autógrafo que tanto anhela papá.

Mostrar más
Botón volver arriba