LO QUE NO SOMOS TODOS LOS DÍAS

 

Hablando de epidemias, recordemos la que ayudó a Cortés en la conquista

Por Mario Alfredo González Rojas

 

Nuestro país ya rebasó los 210 mil muertos por la Covid-19, y acaba de darse a conocer lo que dicen expertos de la OMS, de que se pudieron haber evitado 190 mil muertes, relacionadas con todas las enfermedades, incluidas a las que se les dejó de dar atención durante la pandemia en 2020, si el país la hubiera gestionada de mejor manera.

Esto nos hace mirar hacia el pasado, en lo relativo a epidemias en México. Hay tantos hechos que la historia no consigna o lo hace nada más de “pasadita”, siendo que en ocasiones, determinados sucesos tuvieron grandes repercusiones. A propósito del rediseño que se planea de algunos temas de los libros de texto gratuitos, sería conveniente, ahora que vivimos el duro latigazo del coronavirus, que se ampliara la información sobre las desgracias que ocasionó la epidemia de viruela en los días de la conquista realizada por Hernán Cortés.

Parece exagerado afirmar, como se ha dicho, que nueve de cada diez indígenas perecieron a causa de la viruela que trajeron los españoles a tierras de Mesoamérica, iniciando en Santo Domingo, hoy República Dominicana, a finales de 1518. Bernal Díaz del Castillo, refiere que entre un tercio y la mitad de la población indígena del lugar pasó a mejor vida, por la viruela. A tierras nuestras entró por Cozumel, con los indios que traía Pánfilo de Narváez, el que venía tras Hernán Cortés, el que se le había insubordinado a Diego de Velázquez, y quería por cuenta propia decidir qué hacer en el Nuevo Mundo. De Cozumel se fue el terrible mal para Cempoala, ya muy cerquita de Veracruz, en 1520.

Sin habérselo propuesto Cortés, esa enfermedad se convirtió en su gran aliada en la lucha por conquistar Tenochtitlan. Enterado por los totonacos del gran atropello que sufrían estos de parte de los mexicas, el español con sólo 500 hombres empezó a acariciar la enorme posibilidad que tenía de lograr su objetivo, si aprovechaba el descontento de los pueblos que rendían vasallaje a los mexicas desde hacía muchos años.

Quién sabe en qué momento comenzó la transmisión de la enfermedad, pero cronistas como Fray Bernardino de Sahagún aseveran que después de la batalla de la Noche Triste que fue el 30 de junio de 1520, se empezaron a ver enfermos por todas partes, indios que se quejaban llenos de alta fiebre, de ardor por las manchas que aparecieron en su cara, los pies y hasta algunos llegaron a la ceguera. Dice el cronista de Tlaxcala, Diego Muñoz Camargo, que “las quebradas y barrancos se henchían de cuerpos humanos”.

El origen de la viruela se remonta a China y Japón, y por cierto España fue considerada como el depósito general de la viruela. Durante siglos fue una enfermedad casi exclusiva en ese país, por la conquista árabe que se prolongó ocho siglos. De un gran impacto fue la muerte de Cuitláhuac, el penúltimo tlatoani, a raíz de un ataque de viruela; tres días duró en el reinado a la muerte de su hermano Moctezuma Xocoyotzin, al que le dieron una tremenda pedrada los mismos mexicas, al ver que su líder se doblegaba ante la ambición de los hombres blancos y barbados. Pero no faltó quien dijese que fue asesinado por los españoles.

Había que hacer algo de inmediato, y la mejor opción para remplazar a Cuitláhuac fue elegir a Cuauhtémoc, primo de los hermanos fallecidos. “El joven abuelo”, así llamado por López Velarde en la Suave Patria, era la última esperanza que abrigaba el pueblo mexica en su resistencia. Pero ya todo estaba definido. La viruela, los totonacos, los tlaxcaltecas y los cholultecas, se habían aliado, para favorecer la estrategia de Cortés.

Ya que tocamos el tema de las epidemias, quiero hacer una pausa, para recordar que ayer fue aniversario de la muerte de la gran poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, quien definitivamente dejó de escribir versos el 17 de abril de 1795. Y falleció nada menos que de una epidemia, la de cólera que azotaba a parte del país en esos días. Días y noches había dedicado Sor Juana a ayudar a sanar a sus “hermanas” de la Orden de San Jerónimo, afectadas de cólera.

El poeta y ensayista Alfonso Reyes, recuerda que era una “época de las más lúgubres de la Colonia. Entre heladas, tormentas, inundaciones, cielo y tierra parecían conjurados para hacer deseable la muerte”. Y ya que hablamos de arte, permítaseme hacer mención de una artista de las grandes de México, que también murió por culpa de una epidemia. Ella fue Ángela Peralta, la soprano a quien se conocía dentro y fuera del país, como el “Ruiseñor mexicano”. Enfermó de fiebre amarilla, expirando el 30 de agosto de 1883, en Mazatlán, Sinaloa, a la temprana edad de 38 años.

Cuando levantemos el campo de batalla contra la Covid-19, habremos de identificar todos los rostros que un día serán parte de nuestra historia.

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