CHAIROMAQUIA

El verdadero “Pacto por México” y la transformación del país
Por Antonio Piñón Aldana

Dentro de los múltiples problemas que hemos visto en nuestro país, podemos nombrar rápidamente la pobreza, la corrupción, la impunidad, el narcotráfico, la falta de educación y varios etcéteras más; lastres que el colectivo apreciamos fácilmente y desde hace varias décadas. Sin embargo, existe un problema desde el punto de vista político también grave y que termina por incidir en cuestiones culturales e individuales y me refiero a la enorme brecha existente entre gobernante y gobernado. Tradicionalmente hemos vivido una clara y aparentemente irreconciliable separación entre la clase política y la sociedad mexicana, hasta antes del actual Gobierno Federal y su llamada “Cuarta Transformación”.

Este divorcio entre “los de arriba” y “los de abajo”, por utilizar un espectro quizá no muy justo para distinguir entre quienes ejercen el poder y quienes viven las consecuencias de las decisiones políticas, entró en una especie de círculo vicioso del que parecía no haber solución, pues de entrada no hubo voluntad de encontrarla en cada parte. La sociedad siempre ha tenido a la clase política en el peor de los conceptos: la observa corrupta, inepta e insensible, por nombrar algunos calificativos. Mientras que los gobernantes observan a la sociedad indiferente, apática, sin menor interés en involucrarse en sacar adelante al país. El problema se agrava cuando observamos que, en mayor o menor medida, tienen ambos su parte de razón.

Para el ciudadano común, hasta el sexenio pasado, no había gobernante o candidato que valiera la pena, que fuera honesto o que de verdad pudiera generar un cambio positivo en la marcha de la Nación. No había distingo entre las personas que se dedican a la política, pues para el pueblo todos roban, mienten, holgazanean y dañan al pueblo. Entonces, éste último limita su participación en los asuntos públicos a una crítica encarnizada y general hacia “los de arriba”, que expresa en quejas, insultos, ofensas y reproches, todo esto manifestándose cada vez en grados preocupantemente mayores con la existencia de las redes sociales y otras herramientas de comunicación digital existentes. El odio simplemente crecía.

Por otro lado, quien gobernaba observaba sin interés a la sociedad en informarse de las cuestiones públicas y no importa el desempeño propio en el cargo pues la desaprobación es automática. Esto trae consecuencias diversas según el caso: 1.- El buen político puede sentir desánimo al ver comprometida su honra y fama pública al no recibir reconocimiento por su labor cumplida y decide alejarse aún más de la opinión colectiva en su actuar tomando decisiones sin la debida sensibilidad o incluso, en ocasiones, prefiere retirarse de las actividades políticas; ahí entonces, perdemos la oportunidad de repetir fórmulas exitosas en el gobierno. Y por otro lado, 2.- El mal político, el deshonesto e incapaz, se congratula del pueblo mal informado, decide sin escrúpulos desdeñar el reproche e ignorar la ofensa y simplemente hace lo que beneficie a sus intereses personales, en perjuicio de quien sea y celebra que las críticas y observaciones del pueblo sean superficiales y viscerales, pues las recibe como petardos o balas de salva que realmente no impiden sus perversos planes. Entonces paradójicamente, un pueblo que decide en pleno ejercicio de su libertad de expresión, atacar al político sin realmente informarse de su trabajo o trayectoria, lejos de generar un cambio positivo, facilita al mal funcionario en sus fines nocivos.

Es ahí donde surge como solución un pacto entre ambas partes, un verdadero pacto por México, procurando cambiar hábitos, formas de hacer las cosas, vicios en nuestra manera de vivir los asuntos públicos. Solemos repetir frases como “ese hombre era honesto pero entró al sistema”; “trae buenas intenciones pero ya es parte de un sistema”; “por fuera piensa uno de determinada manera, pero siendo parte del sistema, todo cambia”. Ese monstruo intangible, que nadie ve pero todos hablan de él, llamado “sistema” ha sido al parecer el verdadero causante de las malas decisiones en la marcha del país o de una comunidad. Entonces debemos identificar a eso que llamamos sistema y combatirlo. El pueblo observó que cambiar de PRI a PAN o a PRD en su momento no fue suficiente; asimismo, el político advierte que la sociedad sigue indiferente y ausente aunque tenga mejores herramientas tecnológicas para expresarse. Y luego, ¿por qué no hay progreso? Si los gobiernos cambian, ¿Cuál es entonces el común denominador? ¿Fue ese famoso y odiado “sistema” el que debimos cambiar?

Efectivamente, cambian gobiernos, partidos, ideologías y actores políticos y no veíamos mayor solución en los problemas que aquejan a nuestro país hasta la llegada de MORENA como opción. Podemos observar un solo común denominador en todos aquellos años de alternancia partidista, reformas, cambios y demás fenómenos socio políticos: el común es la forma de hacer las cosas, sistemáticamente. Así es, la manera de actuar del individuo, ya sea en su rol de funcionario público, su faceta vecinal o dentro de la sociedad, es la misma independientemente del color del partido que nos gobierne. Es la persona la que provoca con sus acciones ciertas consecuencias, positivas o negativas, en determinada circunstancia en la que se encuentre. Recordemos que los valores y anti valores son fenómenos humanos, no aplica para entidades ficiticias como una persona moral. Es decir, aseverar que el PRI es corrupto o el PAN o Movimiento Ciudadano, es en esencia incorrecto; son las personas en su actuar las que realizan conductas moral, legal y culturalmente reprochables, a la hora de practicar la política.

Ambas partes debimos ceder y proponernos cambiar ciertos malos hábitos en las distintas facetas que asumimos: como funcionario, como empresario, como vecino, como familiar y como ciudadano. Una revolución cultural es lo que México siempre necesitó. Gobernantes con verdadera conciencia de lo que representa ser un servidor público y un pueblo con mayor responsabilidad en la vida diaria del país, pues no hay mal gobierno que por si solo hunda una nación ni buen gobierno que por si solo la saque adelante; es la gente, somos los mexicanos los que tenemos que asumir un rol protagónico donde exijamos a nuestros mandatarios y a su vez seamos responsables en el actuar personal, en base a una constante autocrítica y mejora personal y familiar. El verdadero pacto por México no es entre partidos, como en algún momento lo realizó malamente Enrique Peña Nieto, debe ser entre gobernante y gobernado; Gobierno y pueblo juntos, no necesariamente cómplices, pero si corresponsables y proactivos; el mexicano en lo individual sacudiéndose de viejas y típicas malas costumbres, honrando su responsabilidad sea pública o privada, y todo por el progreso del pedazo de planeta más especial en más de un sentido y maravilloso que existe: esa tierra que llamamos “México”.

Esto es parte de la famosa “4T”, pues la idea es que el mexicano se identifique cada vez más con sus gobiernos y se decida a participar con ellos; nunca antes un gobernado se había sentido tan cercano a un Presidente de la República, generando múltiples emociones (también negativas en quienes se sienten molestos de que AMLO sea querido y defendido por varios sectores sociales). Chihuahua es una región que todavía no termina por asimilar el significado de esta transformación y lo que López Obrador busca, pero si observamos el resto del país, el crecimiento de MORENA ha sido exponencial. Más de la mitad de Gobernadores(as), la mayoría en el Congreso de la Unión, mayoría en los Congresos locales de los Estados y una gran expectativa por repetir triunfos en 2022 y ganar de nuevo la Presidencia de la República en 2024, nos demuestran que este movimiento es cada vez más aceptado y entendido por el mexicano, que lo ve con buenos ojos. Mientras unos intentan confundir usando palabras como “socialismo” o “comunismo”, las mayorías aceptan esta transformación entendiéndola como es: simplemente un cambio en la forma de actuar sobre asuntos públicos y vencer el tradicional y viejo “sistema”.

Chihuahua no lo ha visto aún de esa manera y se dejó llevar por esos falsos fantasmas repetidos por el fanatismo, del peligro que representan el comunismo y el socialismo (como si los gringos fueran a permitir que eso ocurra en México), pero ya terminará este bello estado por comprender los alcances del movimiento. ¡Hoy se llama MORENA, pero puedes llamarle como quieras! El objetivo es el que importa y este es que la clase política deje de ver al servicio público como la manera fácil de enriquecerse y que la sociedad deje de ver a la política como el quehacer de unos cuantos, en vez de una labor de todos. Falta mucho, pero México está cambiando.

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