EL HILO DE ARIADNA

La generosidad como demanda universal

Heriberto Ramírez

 

Hace días recibí un correo de una de mis estudiantes de la universidad disculpándose por su ausencia en la asignatura, la justificaba por un exceso de trabajo en su actividad como voluntaria en La Casa del Migrante, debido a la desmesurada llegada de inmigrantes de origen haitiano, principalmente. Mi respuesta fue de felicitación por ocuparse de tareas relacionadas en gran parte con el contenido de la clase. Sin dejar de sentirme conmovido porque una de nuestras estudiantes mostrara tal generosidad para sacrificar su tiempo asignado a una carrera universitaria.

Han sido día en donde los medios de comunicación se han ocupado profusamente de mostrar, cómo millares de migrantes se han instalado en improvisados e insalubres campamentos en la frontera con Estados Unidos pidiendo asilo, que más bien deberíamos entender como una solicitud angustiada de ayuda humanitaria. Huyendo de condiciones extremas de pobreza, atraídos por el “sueño americano” han cruzado múltiples fronteras peligrosas y superado un sinfín de situaciones de riesgo extremos.

La situación exhibe la absoluta precariedad de un país frente a la abundancia de otro. La explicación de esta abrumadora disparidad puede resultar compleja, aunque menos al de una posible solución que se ve por demás lejana. Si bien quienes han dejado su lugar de origen, gastando los ahorros de toda la vida sueñan y buscan es el acceso al prometedor confort, de autos y buenos sueldos podemos tener la perspicacia que tampoco es la solución de fondo a este grave problema.

Sino, “soñar –como lo propone James Ruslow Adams, citado por Michael J. Sandel en La tiranía del mérito– un orden social en el que cada hombre y cada mujer puedan materializar al máximo aquello de lo que sean íntimamente capaces y puedan ser reconocidos por los demás por aquello que son, con independencia de las fortuitas circunstancias de dónde hayan nacido o de cuál fuera su posición de origen”. 

Aferrarnos a una visión centrada en el ascenso social o en la igualdad de oportunidades contribuye en nada a fortalecer los lazos sociales y los vínculos solidarios en una sociedad asentada en la democracia. Incluso una sociedad que facilitara –propone Sandel– una movilidad ascendente mejor de la que ahora vemos tendrá que encontrar formas de hacer posible que quienes no consigan ascender esa difícil pendiente “florezcan allá donde se encuentren y se vean a sí mismos como miembros de un proyecto común”.

Ese proyecto común, o el bien común, siguiendo todavía a Sandel “es algo que solo podemos llegar deliberando con nuestros conciudadanos sobre los propósitos y los fines de nuestra comunidad política”, por lo que una democracia real no ha de ser indiferente a las condiciones de la vida común. Más que una igualdad perfecta requiere que la ciudadanía con orígenes y modos de vida distintos puedan encontrarse en los mismos espacios comunes y públicos.

Esta mañana he leído una entrevista luminosa a Victoria Camps, publicada en ethic y compartida por una estimada amiga, en la cual nos invita a que aprendamos a ponernos en el lugar del otro, “en especial del que vive peor, del que sufre, del que es víctima de las crueldades. La imaginación ética debe tener la valentía de identificar a los sujetos de la crueldad de nuestro tiempo, por ejemplo, los inmigrantes y los refugiados” y enfocar nuestros valores hacia estos problemas, sean nuevos o no. 

Al mismo tiempo se han divulgado noticias informando de cómo millones de vacunas almacenadas en países con gran capacidad de compra que han adquirido millones de ellas están caducando, mientras en otros países millones de personas no han tenido acceso ni a una primera dosis.

Pensar que este es un mundo de oportunidades y que se ubica mejor quien sabe aprovecharlas es cerrar los ojos ante un modelo limitado e injusto. Que al mismo tiempo limita nuestra capacidad de imaginar o concebir otra clase de orden mundial, que fortalezca valores como la solidaridad y la generosidad, que si bien puede no sean la solución completa a nuestros grandes valores, sembrarán en principio la posibilidad de una nueva forma de relacionarnos, más esperanzadora y con un futuro más promisorio.

Ver a cientos y miles de haitianos que huyen de su lugar de origen buscando un mejor horizonte de vida debe hacernos pensar en lo que estamos haciendo mal y cómo podemos contribuir para que ello no ocurra. El mensaje enviado por mi estudiante revela que a su lado hay ya un grupo de personas ocupándose del problema, y es también una provocación para decirnos qué estamos haciendo los demás, porque al final de cuentas todos somos migrantes, somos seres viajeros, la condición viajera ha estado siempre presente en toda la humanidad, aunque a veces parecemos olvidarlo. 

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