REFLEXIONES

El Rosario de «Catón»
Por Armando Fuentes Aguirre

«La víspera de la Navidad le mandé 50 rosas a una dama». Luego cuando la tuve cerca, la llené de piropos. Le dije que era amable y admirable, la llamé «Reina», la comparé a una torre, a un trono, a un espejo…
Estoy diciendo que recé mi Rosario en Nochebuena.
Dije 50 Avemarías, otras tantas rosas para esa hermosa dama que es la Virgen!
Y recité la letanía, la engarcé de piropos hermosos de las bellezas de la más bella entre todas las mujeres!
Tanto me gusta el Rosario que ni siquiera me siento hipócrita al rezarlo. Hay algo de medieval en él; un antiguo sabor de yoglería.
Es como una serenata ante el balcón de una Princesa, sólo que esa Princesa tiene por balcón al cielo, y en la tierra un escabel para apoyar el pie.
Yo soy su enamorado!
Digo su nombre al despertar y otra vez lo pronuncio por la noche en el umbral del sueño.
En mis moradas tengo su retrato, su variada imagen tan infinitamente femenina:
Guadalupe, Socorro, Carmen, Luz, Esperanza, Concepción, Fátima, Lourdes, Paloma, Nieves, Soledad…
La más grande oración, nadie lo duda, es la del Padre Nuestro.
El propio Jesús nos la enseñó. ¿Puede haber plegaria más alta? Más alta no, pero más bella sí…
Por eso los músicos le siguen poniendo música a la preciosa letra que pronunció el arcángel:
«Ave María, gratia plena…».
Otros poemas ha inspirado ese amor; la Salve, tan cara a Ramón López Velarde, y aquella de mil quinientos años: «Bajo tu amparo nos acogemos…
…Sub consilium tuum…”.
Y la leyenda… Aquellos «Milagros de Nuestra Señora» que cantó Berceo, uno tras otro ingenuos cuentos como las cuentas del Rosario.
Y la antañona historia venida de la Francia. La del juglar acusado de haber robado un escarpín de plata de la Virgen.
-Ella me lo regaló…
-¡Ladrón! ¡Sacrílego! ¡A la horca!
Y pide el pobre artista que antes de darle muerte lo dejen bailar frente a la imagen de la Señora, no sabe otra oración más que su danza.
Y baila, y la Virgen sonríe y delicadamente mueve el pie para dejar caer el otro escarpín, premio de la adorada a su amador.
En toda mujer hay una Virgen que dura para siempre,
y hay una madre aunque no tenga hijos.
Yo amo a la Virgen porque es mujer, y amo a las mujeres porque todas son un reflejo de la Virgen, sin excluir a las vírgenes de medianoche a las que con inspirado acento cantó don Daniel Santos.
Bajo su amparo -bajo el amparo de alguna mujer- vamos siempre los hombres por la vida.
Como la Virgen, también a ellas les pedimos que nos cubran con su manto. Perdidos somos sin esa protección al mismo tiempo terrena y celestial.
Ya se pueden reír mis amigos.
A sus risas contestaré entonando el recio himno «¡Mexicanos, volad presurosos, del pendón de la Virgen en pos!».
Mariano soy por parte de padre y madre.
Es de lo poco bueno que hay en mí. Quiero ir atado por la suave cadena de un Rosario y pasar por el mundo entre un cortejo de advocaciones presidido por Nuestra Señora del Carmen y por mi Señora María de la Luz.
Y el día que esta vida se me acabe y me empiece otra, quiero irme de la mano de una mujer que ha sido para mí como una Virgen y llegar de la mano de una Virgen que me ha cuidado siempre con suaves ternuras de mujer.
Así sea!

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