EL ORÁCULO DE APOLO

Platón y el autoritarismo.

Por Enrique Pallares R.

 

No es que la historia se repita, sino que en muchas ocasiones los seres humanos cometemos los mismos errores que en el pasado. La preocupante crisis que acecha a las democracias actuales tiene cierta semejanza con la Atenas de Pericles en el siglo V a e. c.

Con anterioridad a Pericles, en el siglo VI a. e. c., las reformas hechas por Klisthenes, habían acabado con la preponderancia política de la aristocracia, limitando su influencia en lo que era una especie de tribunal constitucional llamado Areópago  que se encargaba de cuidar la constitucionalidad de las leyes y de vigilar su aplicación por los magistrados. Posteriormente, el líder popular Efialtes acabó de apartar completamente a los aristócratas del Areópago de todos sus poderes. Pero como era de esperarse, Efialtes fue asesinado al año siguiente y su trabajo fue proseguido por Pericles. Desde ese año (461 a.e.c.) hasta su muerte (429 a.e.c.), un período de poco más de treinta años, representó el punto culminante de la democracia ateniense y el esplendor artístico y cultural de Atenas.

Pericles fue quien introdujo los pagos para aquellos ciudadanos que ocuparan cargos públicos con el fin de que los pobres no dejasen de participar en la política activa por falta de dinero. Ahí nació la cuota que reciben nuestros actuales diputados y senadores. Aunque la cuota de aquel entonces equivalía tan solo a los ingresos de un artesano medio. Esta medida de alguna manera garantizaba que la ciudadanía fuera más participativa en los asuntos públicos y de este modo sobreviviera la democracia. Quizá valga la pena examinar en otro espacio en qué consistía esa democracia ateniense.

Sin embargo, cuando Platón era joven, hubo dos fugaces intentonas oligárquicas (en el 411 y en 404 a.e.c.) durante la guerra del Peloponeso, de interrumpir la democracia. Platón nació en Atenas en el 427 en el seno de una familia aristocrática; su madre era hermana de Kharmides y su prima de Kritías, dos de los 30 tiranos.

En aquella época muchas de las familias ricas de Atenas habían aceptado más o menos de buen grado la democracia que había fortalecido Pericles y en la que incluso llegaron a formar parte activa. Sin embargo, el partido popular se vio en la necesidad de financiar la política de guerras continuas y esto condujo a un aumento considerable de presión fiscal sobre la aristocracia. Esta clase se sintió crecientemente despojada de sus bienes y acabaron radicalizándose en su oposición a la democracia. Con el apoyo de los espartanos, se estableció la dictadura de los 30 tiranos, oligarcas exiliados que retornaban a su patria llenos de rencor y codicia. En ese ambiente creció Platón.

Aunque Platón quedó decepcionado por la sangrienta represión y la falta de escrúpulos de sus antes admirados parientes, cuando cayó la dictadura de los oligarcas y se restableció la democracia, resulta que la asamblea popular condenaba a muerte a Sócrates, su amigo y maestro. Con este acontecimiento, Platón empezó a ver con horror cómo la democracia ejecutaba al más bueno y justo de los hombres.

Después de este acontecimiento, Platón decidió retirarse de la actividad política, pero nos permite explicarnos por qué el autoritarismo tiene sus antecedentes en el ideario político de este filósofo de la antigüedad.

El ideario político de Platón lo interpretan algunos autores (por ejemplo, Karl Popper) como una reacción ante las ideas progresistas de la Atenas de Pericles. Sin olvidar que Platón procedía de una familia aristocrática de viejo cuño,  y ante la condena de Sócrates, este pensador veía en el proceso generalizado de democratización de las costumbres, que tuvo lugar en Atenas en la generación inmediatamente anterior a él, un verdadero desastre, el principio del fin de la civilización.

 

Esto mismo ven algunos políticos (de izquierdas o de derechas) de las democracias actuales, un completo relajamiento de las costumbres y los buenos modales. Para ellos el movimiento lésbico-gay, la legalización del aborto, la defensa de los derechos de los animales, la violencia generalizada, la legalización de la marihuana, el globalismo en vez de nacionalismo, y un largo etcétera), constituyen un decaimiento de la civilización occidental.

 

Así pues, para Platón había que superar el caos político, y para ello el único remedio era constituir un Estado fuerte y absolutamente intransigente con cualquier veleidad democrática e individualista, establecer precisamente lo que hoy llamamos un Estado totalitario o autocrático.

 

Esto mismo se ve en Hegel, en el siglo XIX, con su visón de la historia. Para él, el desarrollo de la historia no es otra cosa que el despliegue del Espíritu Absoluto, en donde el Estado prusiano de su época, un Estado ultaorganizado, y ultramilitarizado, a cuyas reglas debía someterse imperdonablemente todo individuo en aras del interés general, era su ideal. Según Hegel, Prusia era una aproximación a un Estado perfecto y definitivamente estable.

La idea de que las costumbres se están relajando y los Estados democráticos se están debilitando por las veleidades de los individuos, son algunas de las premisas de las que parten las tendencias autocráticas y totalizantes actuales. Creer en un Estado Superior, en un estatismo absoluto, al que hay que rendir cuenta, promueve  un tipo de sociedad en la que el individuo se convierte en un cero a la izquierda, y queda completamente anonadado por un Todo que lo engloba, el Estado, el Pueblo o la Clase Social a la que pertenece. Esto es a lo que Popper le llamó una “sociedad cerrada” en su famoso libro La sociedad abierta y sus enemigos.

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