EL HILO DE ARIADNA

Falleció Edward O. Wilson, el Darwin de nuestro tiempo

Heriberto Ramírez

 

El 26 de diciembre se dio la noticia del fallecimiento de Edward O. Wilson, reconocido profesor en la Universidad de Harvard y ganador de dos premios Pulitzer. Conocido por la creación de la sociobiológía. Sus investigaciones se caracterizaron por trazar un puente fructífero entre la biología y la cultura.

Mi primer acercamiento con su obra fue a través del libro Sobre la naturaleza humana, un hermoso breviario publicado por el Fondo de Cultura Económica, recuerdo haberlo encontrado en la biblioteca pública de Ojinaga, cuando todavía se encontraba en el edificio municipal en la primera mitad de los ochenta. Lo leí sintiendo que me estaba llevando hacia territorios inéditos para mí. 

El libro empieza asumiendo que son tan abrumadoras las evidencias científicas para probar el origen evolutivo de los humanos que debemos descartar cualquier explicación divina o religiosa. Pero, que eso, según Wilson, no significa la renuncia a tratar de encontrar la presencia de Dios más allá, quizá al intentar dar cuenta del origen del universo.

Su idea del giro copernicano llevado al complejo mundo de las relaciones del ser humano con otras especies, sacándolo del centro para compartirlo por igual, me pareció daba a las nacientes ciencias ecológicas un aliento vigoroso. En un poco espacio exponía las dificultades para trazar una demarcación entre el comportamiento humano y el de las otras especies, sobre todo las sociales.

Sus argumentos estaban tomados de sus observaciones de ese mundo animal que contrastaba con el humano, encontrando un sinfín de asombrosas similitudes que me dejaban pasmado. Así que cuando me topé con el Fuego de Prometeo, también en el Fondo, con Charles J. Lumsden, para nada dudé en adquirirlo. Extendía sus investigaciones hacia la aparición de la inteligencia humana, teniendo siempre como telón de fondo la evolución. 

Lo que más me entusiasmaba era el énfasis de la cultura en un proceso coevolutivo con los genes, es decir, sin renunciar a nuestra condición humana de entes biológicos. Mi interés por la obra de Wilson se mantuvo vivo siempre, cada nueva obra me resultaba provocativa. Así le siguió en mis lecturas Consilience. La unidad del conocimiento, para mi sorpresa la encontré en un lote de exhibición en el supermercado, en una hermosa edición de Galaxia Gutenberg, De uno de sus capítulos surgió el nombre de la columna El hilo de Ariadna. El libro en su conjunto es una insistencia en superar la división entre ciencias humanas, naturales y sociales, para buscar la unidad y confluencia del conocimiento.

Luego, después de un lapso sin noticias bibliográficas suyas leí casi por casualidad una reseña en el Scientífic American sobre La conquista social de la tierra, por lo que al poco tiempo tuve la obra en mis manos, donde continúa ocupándose de las preguntas ¿de dónde venimos? ¿qué somos? ¿a dónde vamos? Sin apartarse de su marco donde las otras especies están en paralelo con la humana. Muchas de estas especies con sociedades perfectamente jerarquizadas, tal y como la humana, pero incluso con un más alto grado de perfección.

Se considera que su obra más influente, y polémica, es Socisobiología, la nueva síntesis, publicada originalmente en 1975, a la que, por mi parte, tuve un acceso tardío, pues su traducción, con Omega, no circuló por los medios habituales. Aquí acuña el término de sociobiología, defendiendo las bases biológicas y genéticas d la conducta. Como buen neodarwinista le da más atención al origen de la conducta de las especies que a su evolución anatómica. Se trata de un análisis reconciliador entre la teoría darwinista de la selección natural y la mendeliana que sustenta la evolución mediante mutaciones genéticas favorables.

Hay otras obras como Genes, mind, and culture, en coautoría también con Charles J. Lumsdsen, que también animó grandes controversias. Se trata de un intento de desarrollar una teoría de la coevolución gen-cultura, examinando –que ellos consideraron son– “los pasos que conducen de los genes a través de la mente a la cultura, y de desarrollar un modelo explícito que conecte el desarrollo mental individual con la cultura y la cultura con la evolución genética”. Esta obra se ha quedado, hasta ahora, sin traducción al castellano.

Las obras posteriores pueden ser consideradas de menor envergadura, aun así, destilan preguntas inquietantes y sutiles enseñanzas como Cartas a un joven científico, Los orígenes de la creatividad humana y Génesis, el origen de las sociedades. Quizá, podríamos pensar están más cerca de la filosofía, en un momento de madurez personal e intelectual. Sus obras en su conjunto son lecturas imprescindibles para lograr una visión más íntegra de los problemas de nuestro tiempo.

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