EL ORÁCULO DE APOLO

El Maestro Sócrates

Por Enrique Pallares R.

 

Aunque ya pasó el día del maestro, no quisimos pasar por alto la labor de uno de los grandes maestros de la filosofía: Sócrates, quien es considerado el padre de la filosofía. A pesar de no haber escrito nada, lo conocemos a través de pensadores como su propio discípulo Platón y de Aristóteles, otro gran pensador quien a su vez fue alumno de éste.

Sócrates nació en Atenas en el año 470 a.n.e. Su padre un escultor artesano y su madre ejerció el oficio de comadrona. En su juventud se interesó por las brillantes e ingeniosas especulaciones cosmológicas de los filósofos naturales y por las enseñanzas de aquellos maestros llamados sofistas. Sin embargo, Sócrates consideró que esas enseñanzas no ayudaban a tener un autoconocimiento y tampoco a cultivar el espíritu.

Uno de los aspectos más interesantes de este pensador, es que se dedicó a interrogar a ciudadanos conocidos tales como poetas, políticos, matemáticos, artesanos, etcétera, sobre su supuesta sabiduría y conocimientos. Encaraba a aquellos que decían conocer algo, por ejemplo, sobre la naturaleza o sobre la justicia o sobre la política, demostrándoles a continuación que en realidad su supuesto conocimiento se desmoronaba ante su interrogatorio (método conocido como la mayéutica socrática). Esto fascinaba y divertía a los oyentes, y desde luego esto molestaba y no le hacía ninguna gracia a los interrogados.

La figura de Sócrates no era nada agraciada (tripudo, de labios gruesos, nariz chata y respingona, ojos saltones, descalzo y desaliñado) fue objeto de chistes y burlas, como las que le hizo el comediógrafo Aristófanes en su obra Las nubes. Pero debajo de esta fachada se escondía una personalidad de rara intensidad que fascinaba a sus amigos y a los jóvenes discípulos, recibiendo esas burlas con ironía y buen humor. En sus incansables conversaciones, diálogos y discusiones, hacía dudar a sus interlocutores de todo lo que habían creído y les enseñaba a pensar con rigor y mayor claridad lo que, desde luego, esto les parecía admirable.

Sócrates no cobraba dinero por las clases o las conversaciones que mantenía con sus discípulos; cosa que si lo hacían los sofistas. Él enseñaba por amor al arte de enseñar. El no cobrar le daba libertad de poder elegir a sus discípulos y de poder expresarse sobre cualquier tema por muy prohibido o restringido que este fuera.

Él participó en la guerra del Peloponeso, pues como ciudadano ateniense, tenía que hacer su servicio militar. Cuentan que participó en varias batallas con valor, arrojo y sangre fría.

En la época de Pericles y la guerra del Peloponeso se fueron erosionando las tradicionales creencias y normas de vida. La influencia de los sofistas acarreó que los atenienses fueran perdiendo el respeto a los dioses, a las normas de la época y a los principios que tradicionalmente inspiraban sus acciones. Los horrores de la guerra aceleraron el proceso. De tal modo fue este declive, que algunos de los discípulos más brillantes de Sócrates incursionaron en la política con tanta ambición y falta de escrúpulos propios de un tirano.

Después de la guerra del Peloponeso y habiéndose opuesto, Sócrates, a una ilegal condena sobre algunos generales acusados de no recoger a los náufragos de la batalla de Arginusa, dejó de cumplir la orden de los 30 tiranos (entre los que se encontraban algunos de sus discípulos) de arrestar a ciudadanos inocentes, Sócrates fue condenado por corromper a los jóvenes atenienses con sus enseñanzas.

Por increíble que parezca cuando se restableció la democracia en Atenas, Sócrates fue objeto de una gran ojeriza y odio entre muchos sectores de la sociedad ateniense, en particular entre los miembros del partido popular. Todo esto se conjugó para que, a los setenta años de edad, fuera acusado ante la asamblea y condenado a muerte.

Durante este proceso que Platón inmortalizó en uno de sus diálogos Apología (o la Apología de Sócrates) el filósofo hizo su famosa aseveración de que una existencia no vale la pena si no es para reflexionarla. Su condena constituyó una gran injusticia y un gran malentendido, pues en realidad se había pasado la vida cuestionando las ideas relativistas y amorales con las que se le llegó a identificar en su juicio.

Según Aristóteles dos temas filosóficos se le pueden atribuir a Sócrates con justicia: la argumentación inductiva y la definición universal de los conceptos. Estos pensamientos detonaron una vasta indagación filosófica que hoy en día todavía continúa.

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