REFLEXIONES

El llanto de un hermano jesuita

 

La oscuridad se cierne sobre nuestra Sierra, la lluvia trémula provoca el escalofrío de los huesos, ésta, se encarga de recordar que el cielo también puede llorar y hoy lo hace. La tristeza nos invade, no sólo por los que hoy caen, sino por todos aquellos que han muerto, consecuencia de una guerra absurda y estúpida.

Mis hermanos Joaquín Mora y Javier Campos se suman a la ineptitud gubernamental, incapacidad de aquellos que fueron elegidos para protegernos y que nos siguen abandonando a nuestra suerte. No es sólo el que aprieta el gatillo sino también aquellos que teniendo el poder para detener esta barbarie y prefieren no hacer nada, ellos también son cómplices.

Tarde o temprano sucedería, todos los sacerdotes de esta región sabemos el riesgo de estar en estas tierras; hoy nos toca sufrir dichas consecuencias y lo asumimos, porque nos sabemos parte del pueblo, al que hemos acompañado en sus momentos de tanto dolor. Los padres Joaquín Mora y Javier Campos eran parte del pueblo, y mueren en la raya, intentando protegerlo de la brutalidad, optando por la paz.

Estas letras son de dolor y amargura y tal vez son las mismas que quisieran plasmar muchos de los fieles del pueblo de Cerocahui y de todos aquellos que conocían a alguno de los padres, porque no sólo eran unos curitas de sacristía, sino verdaderos amigos, papás, hermanos, compañeros de camino, de allí nuestra agonía.

¿Acaso es necesario un par de mártires para poner manos a la obra? ¿Es necesaria su muerte para que nuestras infames instituciones hagan verdaderamente su trabajo? No tengo respuesta a estas interrogantes, sólo sé que las manos gubernamentales están bañadas de sangre.

Estas son mis palabras, no sólo por nuestros hermanos sacerdotes, sino por todas las víctimas que siguen sufriendo las consecuencias de la violencia. La consternación nos llega al presbiterio de Tarahumara y sufriremos la partida de nuestros amigos, teniendo en claro que ellos ya descansan y que nosotros honraremos su memoria buscando que nuestra realidad sea transformada en lo que Dios quiere para su pueblo.

(Escrito del padre “Pancho”, un jesuita de la Tarahumara que hace este responso intitulado “Mi manera de llorar” y que circula en redes sociales).

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