EL HILO DE ARIADNA

La era del Antropoceno, aceleracionismo y cambio climático

Heriberto Ramírez

El enorme aluvión de comentarios, hechos y advertencias en torno al cambio climático provocado por la intervención humana ha sido tal que ya se considera como un hecho incuestionable. Las altas temperaturas de la presente temporada lo han acentuado, son cada vez más las personas que asocian las inclemencias climáticas con la deforestación, las malas prácticas agrícolas, la sobreexplotación de mantos acuíferos y la contaminación ambiental entre otros factores relacionados con la actividad humana.
La simple presencia humana en los sitios más recónditos del plantea parece ser suficiente para alterar su entorno natural. El servirnos de la naturaleza para nuestra supervivencia parece ser el principal detonante de esta alteración. El salto cognitivo supuso un desprendimiento de nuestra condición natural para convertirnos en seres culturales, y a partir de ahí cada vez más artificiales. Esta artificialidad puede asociarse a un desenfreno humano hacia una especie de adicción al consumo de energía, a una vida cada vez más y más acelerada.
Fue en el año 2000, cuando el ganador del premio Nobel y descubridor del mecanismo responsable del agujero en la capa de ozono, Paul Crutzen, hubo un momento en que no se sintió cómodo con la narrativa oficial sobre el estado del planeta según el cual vivimos actualmente en la época del Holoceno. Crutzen estaba participando en una conferencia sobre la ciencia del sistema terrestre en las afueras de la Ciudad de México cuando sintió una repentina aversión por la descripción del Holoceno, que parecía menospreciar por completo el impacto humano en el sistema terrestre. Les dijo a los delegados participantes que dejaran de usar el término «Holoceno» y, mientras hablaba, buscó uno mejor: «Ya no estamos en el Holoceno. Estamos en el… el… el Antropoceno». Así lo cuenta Jürgen Renn en su libro La evolución del conocimiento el nacimiento de este concepto.
Cabe reconocer que el término tiene otros antecedentes en el uso que hizo el limnólogo Eugene F. Stoermer desde la década de los 80. Y otros términos similares como el de “noosfera” introducidos y desarrollados por Vladimir Vernadsky, Édouard Le Roy, y Theilhard de Chardin. Ellos conceptualizaron, aunque en términos muy diferentes, a la humanidad como una poderosa fuerza geológica y también consideraron las implicaciones éticas de esta situación.
Según Renn, “el concepto del Antropoceno nos ha abierto los ojos a un medio ambiente global fundamentalmente alterado y al hecho de que la humanidad ha cambiado el planeta en un grado tal comparable a las fuerzas geológicas”. Así, dado el impacto masivo de la intervención humana en el medio ambiente planetario, la línea tradicional entre naturaleza y cultura se ha vuelto problemática. Puede decirse que estamos viviendo en una «naturaleza antropológica» resultado de nuestras propias intervenciones. Ahora, puede decirse que la escala de tiempo de la historia humana ha quedado imbricada con la escala de tiempo geológica.
Vivimos en un tiempo en el cual “nuestro metabolismo económico se alimenta de energía fósil, consumiendo en un lapso de tiempo de cientos de años recursos que se han creado durante cientos de millones de años. Esto hace que, nuestro impacto como fuerza geológica convierta la historia humana en una parte significativa de la historia geológica”. Así lo afirma este destacado historiador contemporáneo de la ciencia.
Qué nos ha conducido a una situación tan comprometida con nuestro futuro inmediato y a largo plazo, cómo hemos establecido este vínculo entre economía y consumo de energía, la respuesta quizá podamos encontrarlo en esta asociación entre fuerza, velocidad, potencia, con progreso, prosperidad y desarrollo. Esta ha sido nuestra apuesta en los últimos siglos, lo mismo optimista que riesgosa. Todo nuestro sistema de vida apunta hacia una vida cada vez más acelerada, en todos los sentidos, vivimos con una prisa compulsiva por llegar a un punto, aunque no sepamos, como especie, hacia dónde queremos llegar.
Lo cierto es que el antropoceno vuelve a poner en discusión el extractivismo tal si fuera un modelo único de desarrollo. El desafío, situado en nuestro contexto, plantea Emmanuel Biset, es cómo dar lugar a una articulación entre los modos de resistencia amerindios al extractivismo y el populismo de izquierda latinoamericano. El concepto le parece un nombre para posicionarnos de frente al ecocidio en curso, en esta encrucijada de vacilación entre las certezas y la exigencia de respuestas urgentes ante un mundo adverso que nosotros mismos nos hemos construido.
Hoy por hoy, la adversidad climática que se acentúa año con año, de una manera tangible y cada vez más abrumadora nos debe ayudar a buscar y encontrar nuevas formas de relacionarnos con el mundo. “El desafío, insiste Biset, es construir prácticas, diseñar instituciones, producir transformaciones ante un fenómeno producido por el ser humano pero que parece exceder su capacidad de intervención: pensar una política no reducida a lo humano”. Esto, actualmente, parece estar fuera de la agenda política de todos los países, tanto de partidos e instituciones. Todo indica que una posible respuesta habrá de venir de la sociedad civil, muy debilitada, por cierto, al menos por ahora.

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