La cifra

Recaudación

Por Cecilia Fernández y Jesús Chávez Marín

Marco Meneses era un encanto, sus amigos lo querían mucho porque se le ocurría cada cosa y siempre andaba con la risa a diestra y siniestra, tenía talento para la alegría, y eso todo mundo lo aprecia.

Por eso cuando nos presentó su solicitud de ingreso al Club Zafiro, donde soy la presidenta, todos los socios lo aprobaron.

Muy pronto se integró a los equipos de campaña; la facilidad de su enorme carisma le abría todas las puertas y en las reuniones sociales ni se diga, era el rey de la fiesta. Bailaba como si fuera cantante de La Sonora Santanera, todas las compañeras lo sacaban; tomaba cantidades industriales de whisky y jamás perdía el estilo; su plática era sabrosa, ingeniosa, inagotable. Sabía de todo.

A los siete meses ya lo habíamos nombrado tesorero y yo creo que ahí fue donde se torció el asunto.

De buenas a primeras nos propuso que recaudáramos fondos a base de vender en su restaurante hamburguesas los domingos, hamburguesas que nosotros mismos cocinaríamos; aseguró que juntaríamos una fortuna para solventar las acciones altruistas a las que se dedica nuestro Club Zafiro. Pico de oro, nos convenció por unanimidad; cada domingo trabajábamos hasta el
cansancio en el enorme edificio de su restaurante, una casa antigua ubicada en el centro de la ciudad.

Como era tesorero, pasaron semanas sin que viéramos un centavo, pues solo él administraba las cuentas. En cambio a cada uno de los socios nos costaban el pan, la carne, la cebolla, el tomate, la mayonesa y los demás ingredientes que llevan las hamburguesas, que dicho sea de paso nos quedaban bien sabrosas y se vendían como pan caliente.

Una noche de insomnio me llegó la preocupación de que como presidenta del Club era mi obligación preguntarle por las cuentas; habían pasado meses Y Marco no me había traído ningún informe.

Lo primero que hice a la mañana siguiente fue llamarlo a mi oficina del Club. Llegó fresco como una lechuga, muy guapo y con la sonrisa de siempre, irresistible.

―Qué onda, jefa, ¿para qué soy bueno?

―Señor Meneses, necesito que hoy mismo me presente el estado de cuenta de nuestro programa dominical.

Ni un solo músculo de la cara se le altero a Marco, aunque sí lo delató
el característico movimiento conocido como tragar bolitas.

―Por supuesto, licenciada. Hoy mismo antes de las siete lo tendrá usted en su escritorio

Eso jamás sucedió. Marco Meneses desapareció del planeta durante varios días. Nombré una comisión presidida por mí para irlo a buscar a su casa del Cerro Coronel.

La hallamos semivacía, pero allí estaba él, ya no tan sonriente. Parecía que no se había bañado en tres días, los ojos rojos, la mirada difusa, ojeras profundas y el gesto desanimado.

―Buenas tardes, señor Meneses, no lo hemos visto por el Club. Y acuérdese que quedó el pendiente del estado de cuenta de nuestra actividad de los domingos.

―No me la van a creer, pero miren cómo estoy. Me robaron, me asaltaron, me vaciaron la casa. Hace 15 días llegué como siempre ya muy noche, y encontré todo revuelto, es decir, lo poco que me dejaron los desgraciados.

Hizo un silencio de efecto dramático, y luego agregó:

―¿Y saben qué es lo más peliagudo? Que adentro guardaba toodo el dinero del Club.

Y así fue como se arruinaron completitos los rendimientos del Club Zafiro. Nada que hacer. Ni modo que metiéramos a la cárcel a un socio distinguido. Además: ¿qué ganaríamos? El tipo se andaba divorciando, la esposa lo dejó en la calle. Eso sí, Meneses tuvo la decencia de no volver a presentarse ni a las juntas, ni a las campañas y por supuesto ni a las fiestas. De vez en cuando me lo encuentro en algún evento y nunca se me olvida todo lo que trabajamos para que él se llevara muy buena cantidad pesos y centavos.

 

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