EL HILO DE ARIADNA

Ciudadanizar la ciencia y la tecnología
por una democracia ampliada
Heriberto Ramírez

Vivimos y actuamos bajo un modelo de democracia bastante limitado. La ciudadanía participa en la vida pública de un sinfín de formas, paga impuestos, contribuye con su trabajo a la consecución de objetivos públicos o privados, define líneas de consumo, entre otras; sin embargo, a la hora de las decisiones que pesan o marcan directrices en el diseño de políticas públicas su sentir u opinión carece de importancia, se le ignora de todas todas.

Cada persona en posibilidades de votar se vuelve un protagonista apetecible en tiempos electorales. Los partidos y postulantes salen en su búsqueda de una manera voraz, pues su registro, su elección o su reelección están en juego, con lo que ello conlleva. La pérdida de poder político y de un jugoso salario. Mientras las promesas con todo el intenso aroma de ser incumplidas campean por el paisaje político.

Una vez saciado el apetito electoral de los ganadores el protagonismo ciudadano desaparece, las ciudadanas y los ciudadanos agradecen el regreso del silencio mediático sin promocionales políticos y continúan con sus rutinas laborales y domésticas. De antemano saben que pocas o ninguna de las promesas se cumplirán, si bien sienten la satisfacción de haber cumplido con su deber ciudadano. Quienes consiguieron el favor del electorado disfrutan la embriaguez del triunfo y a partir de ahí saben que nadie puede socavar su autoridad.

Salvo alguna consulta popular en relación con algún proyecto federal de la actual administración nadie más vuelve su atención sobre la ciudadanía de a pie. Ni quienes han pasado a ocupar curules en cualquiera de las cámaras, o en las alcaldías, regresa a escuchar a quienes han emitido su voto a su favor, mucho menos a quienes les han sido adversos. A partir de ahí los favorecidos inician una carrera desbocada con la mirada puesta en el siguiente ciclo electoral por el siguiente escalón político.

Entonces, uno se pregunta por qué esto debe ser así. Habiendo en el horizonte ciudadano tantos asuntos y problemas por analizar y debatir en conjunto cómo es que se dejan de lado y solo unos cuantos toman decisiones sin prestar oídos a lo que las personas que las viven, se benefician o las padecen. La soberbia política con la que se abrogan la total y absoluta representatividad es proverbial. Pero, es porque nuestro modelo de democracia así lo permite.

La dinámica de nuestra vida social, económica y cultural está impregnada fuertemente de todos los conocimientos y decisiones vinculados con la ciencia y la tecnología. Aunque está fuera de las discusiones ciudadanas y queda en mano de nuestros representantes, que la mayoría de las veces poco o nada saben al respecto, reclama un espacio para el debate y la participación de quienes muestran un interés por ser tomados en cuenta en relación con esta problemática. Ya sea problemas relacionados con el medio ambiente, cómo las industrias afectan la salud del entorno de sus poblaciones, de qué manera se deciden las líneas investigativas de la política científica y tecnológica, o bien, puede y qué forma, la ciudadanía contribuir a la generación de nuevos conocimientos.

Nuestro modelo actual de democracia supone ciudadanas y ciudadanos incompetentes para decidir en relación con tópicos científicos o tecnológicos, en cambio sí los considera aptos para consumir cualquier toda clase de producto industrial; tampoco los concibe en condiciones de proponer opciones de desarrollo industrial, pero sí que deben soportar emanaciones nocivas para su salud proveniente de industrias ml olientes y altamente contaminantes. Esta visión que vuelve inválida intelectual a la ciudadanía, en mi opinión, merece una profunda renovación.

Mi propuesta está centrada en ampliar nuestra idea de democracia y llevarla hacia otros horizontes menos explorados, pero no menos importantes. Nuestra política científica y tecnológica necesita de nuevas coordenadas que guían su desarrollo si es que realmente se aspira a un desarrollo humano más allá de la avaricia económica que beneficia a unos pocos. Si se crean espacios de análisis y discusión la ciudanía con el debido acompañamiento puede pensar en comunidad sobre los desafíos ambientales, industriales y urbanos que la sociedad contemporánea le presenta.

La historia de eso que solemos conocer como ciencia ciudadana nos muestra ejemplos importantes y a la vez interesantes de contribuciones que aportaron datos e información relevante que en su momento ayudaron a la configuración de teorías relevantes para el conocimiento. Nos enseña también situaciones en las cuales la misma colectividad ciudadana fue capaz de afrontar las opiniones de las autoridades civiles escudadas en la comunidad científica para demostrar que sus decisiones afectaron de manera lamentable la vida de miles de personas, y demostrar, además, que sus dictámenes sobre problemas específicos eran erróneos. Algunos de estos casos están bien documentados en el libro Ciencia ciudadana de Caren Cooper.

Lo importante, sugiero, es reconocer que nuestra concepción actual de democracia empieza a ser insuficiente, pues necesitamos extenderla hacia otros horizontes hasta ahora inexplorados. Si acaso logramos este ideal estaremos probando que la discusión razonada sí puede conducirnos hacia nuevas formas de organización política, quizá solamente alcanzables con una mayor participación comunitaria.

Mostrar más
Botón volver arriba