EL HILO DE ARIADNA

Las revoluciones que nos negamos a ver Nuevos horizontes en construcción
Heriberto Ramírez

Tengo la inmensa fortuna de vivir acompañado por dos mujeres –mi esposa y mi hija– a las que amo profundamente, la convivencia diaria con ellas a lo largo de los años me ha convertido en beneficiario directo de su invaluable afecto y sonrisas. Hemos coexistido y evolucionado a veces en líneas paralelas, otras con cruces entrañables, en ese acompañamiento he podido advertir sin gran esfuerzo las asimetrías desventajosas que ellas enfrentan en su relación con el mundo masculino.

En conjunto atestiguamos y resaltamos el cambio en las actitudes de tolerancia hacia el amor entre personas del mismo sexo. Contrastando cómo lo que antes fue moralmente fuente de escándalo ahora se ha vuelto aceptable, y de lo que antes fue aceptable hoy se considera reprobable. Del mismo modo, las demandas del movimiento feminista en sus diferentes vertientes han sido abrazadas, a veces en silencio, otras discutidas al calor de la benevolencia del seno familiar.

Con seguridad nos ha faltado más ánimo y entusiasmo para sumarnos al activismo feminista que demanda, con razones potentes, justicia y equidad. Atribuible más que nada a una falta de temperamento personal que a una falta de convicción. Así, a cierta distancia hemos observado las protestas enérgicas del feminismo en nuestra ciudad.

Vimos y vivimos cómo a consecuencia de esto el paisaje urbano de nuestra ciudad y de muchas otras se transformó en medio de las protestas del 8 de marzo, las arterias céntricas de la ciudad se colmaron de mujeres empoderadas queriendo ser oídas, vistas, respetadas y reconocidas. Que las protestas han adquirido un tono más enérgico cada año, en una proporción directa a las injusticias de género que son el combustible de su inconformidad.

Esta vez hubo una variante en ese paisaje agitado, casi convulso, se erigieron murallas para proteger los edificios públicos. Esto lejos de minar el entusiasmo de las protestantes alimentó el coraje acumulado desde tiempos inmemoriales y se volcó en una fuerza demoledora, queriendo desmontar las murallas del engranaje oficial.

De principio a fin sus acciones se convirtieron en un manjar apetecible de las redes sociales. Sin excepción condenaron la protesta. Un juicio sumario campeó sobre todas ellas. Banalizando las exigencias de fin a la violencia, de justicia por las desaparecidas.

Ellas por su parte con mayor valentía y coraje esgrimían sus consignas: “¿Por qué te espantan por las que luchan y no por las que mueren?”, “No te incomoda el feminismo sino darte cuenta que al final eres machista”, “No somos histéricas, somos históricas”, “Hasta que nuestras vidas importen más que sus paredes”, “Juntas somos más fuertes”, “No se va a caer, lo vamos a tirar… el patriarcado”.

Para muchos las protestas fueron vistas más al modo de una pataleta pasajera que se repite cada año, como la revuelta anual de mujeres histéricas. Para otros nos parece que vivimos el esplendor fragoroso de una revolución moral. Revolución puede parecer un término desmedido, pero es una palabra muy presente en nuestro uso doméstico, la primera alusión es la revolución mexicana, también están las otras revoluciones, la francesa, la rusa, por mencionar las más emblemáticas.

Luego están otros usos: la revolución del intelecto, de la conciencia, las revoluciones científicas, o como creo, en este caso, las revoluciones morales. Estas últimas acepciones si bien están asociadas de manera indisoluble a los cambios bruscos o discontinuos, suelen estar bastante alejadas del uso de las armas. Salvo, como es el caso, por algunos martillazos, pintas coloridas, postes derrumbados e insultos proferidos a la honorable autoridad.

Si en las revoluciones encontramos la forma de dar cuenta de lo accidentado de nuestro recorrido político y también del conocimiento del mundo. ¿Por qué no también de nuestra moral, de las formas cambiantes que tenemos para relacionarnos, de amarnos, solidarizarnos, de las formas de coincidir en nuestros empeños para la construcción de nuestros horizontes de vida?

Los cambios revolucionarios entrañan una nueva forma de pensar y hacer. Quienes empujan la rueda del cambio se enfrentan a la resistencia de los sedimentos acumulados que impiden el flujo de las nuevas prácticas e ideas, a quienes, por decirlo de algún modo representan el viejo orden, y que el arraigo de su tradición les impide pensar de otra manera. Estos suelen ser ciegos o sordos ante lo diferente, ante ese futuro que se construye, ya sea porque amenaza sus privilegios ya porque desmonta sus viejos prejuicios.

Entre la novedad de este último 8 de marzo se destaca lo amurallado de las instituciones públicas, encarnadas en los edificios que las albergan. Un hecho apreciable a nivel nacional por gobiernos llamados de izquierda y de derecha. La pegunta obligada es por qué. A una primera lectura puede decirse es que han recogido y apostado por la inconformidad de quienes se sienten amenazados, incómodos con ver a sus hijas o esposas valerse de un bote de aerosol para decir que este este mundo, tal y como está, les oprime y apesta.

Para nada es un asunto menor, toda intentona revolucionaria desencadena una reacción, que no ha de desdeñarse, en este caso me parece un cálculo premeditado desde el status quo, que bien puede poner en riesgo los grandes o magros avances logrados hasta ahora. También, si mi apreciación es correcta es una invitación a replantear estrategias, a hurgar en los laberintos inagotables de la imaginación para sorprender al mundo con posibles nuevas formas de llevar a buen puerto esta revolución, cargada como está a tope con toda la potencia de la esperanza, por un nuevo horizonte justo y seguro para todas ellas. Es decir, para toda la humanidad.

Mostrar más
Botón volver arriba