La cifra

La nueva Amalia
Por Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín

Luego de dos años de que falleciera Amalia, una de las seis hermanas que le sobrevivían comenzó a esparcir un rumor sobre ella. Nadie sabía de dónde se había iniciado el chisme de que no era hija de la matriarca de la familia, sino de una amante del padre, cuyo marido se había ido a trabajar al otro lado y, cuando volvió la encontró embarazada y no le cuadraban las cuentas. El esposo dictó que la perdonaba con la condición de que no se quedara con el bebé, así que la amante le pidió a Ramón que criara a la niña. La primera reacción del progenitor había sido de que no.

―¿Cómo se te ocurre, Lony? Ni pensarlo, eso es imposible. Se nos descubre el pastel.
―Pues de todos modos se nos va a descubrir. Lo que te pido es lo único que se puede hacer. Me va a doler más a mí que a ti separarme de mi hija, pero me quedaré más tranquila con saber que la cuida su padre. La otra solución es darla en adopción y entonces ni tú ni yo sabremos dónde irá a quedar y qué clase de vida le toque ―la voz de Lony sonaba angustiada pero razonable, equilibrada como ella era.

―Pues déjame hablar con Alicia, no sé cómo vaya a reaccionar. Va a estar muy peliagudo el asunto. Primero tendré que decirle que andaba contigo, que eres su comadre. Y luego pedirle lo de la niña. Lo más seguro es que me va a mandar por un tubo ―especuló Ramón con la cola entre las patas.

―Pues más vale que se lo digas de una vez, cuando todavía me faltan cuatro meses de embarazo, que cuando nazca la muchachita, alma mía de mi niña, nomás de pensar que no se va a quedar conmigo se me estruja el alma.

*

Cuando habló Ramón con su esposa, el cataclismo que esperaba con sus escandalosas revelaciones no sucedió con el estruendo de una tormenta, sino con la calma aparente de un maremoto subterráneo. Alicia tenía temple de acero y profundo sentido de la justicia.
―Okey, tráete a la niña. ¿Qué culpa tiene la criatura de tus errores?
Fue todo lo que respondió.

*

―No inventes. ¿Cómo sabes que Amalia no era hija de mi mamá? ―preguntó Irma a su hermana Norma.
―Mi mamá me lo contó. Ya en sus últimos días se ponía a contarme su vida mientras yo la cuidaba.
―Eso explica por qué nunca la tomaban en cuenta para las reuniones ―agregó Gabriela, la sobrina, hija de Socorro.
―Siempre la incluimos ―respingó Norma.
―Yo era una niña, pero tengo buena memoria. Amalia le contó a mi mamá que ustedes nunca la invitaban a ningún festejo, y ahora que está muerta dices que ni siquiera era tu hermana.
―Nada más cuento lo que mi mamá me platicaba.
―¿Y por qué hasta ahora? Suenan más bien a delirios tuyos, a que solo quieres llamar la atención ya que no lo lograste haciéndote la enferma. Además le creo a Amalia, porque le han hecho lo mismo a mi madre, hermanas ingratas. No la invitan a las fiestas, pero sí la invitan a cooperar para el hospital cuando lo necesitan. ¿Es acaso la nueva Amalia? ¿También van a decir que era adoptada cuando se muera?
―Mira, niña. Deja de estar chingando, tú no sabes ni siquiera la mitad de lo que sucedió en nuestra familia, pero te lo voy a contar para que se te quite ―gritó Norma, ya en plan grosero.

*

Cuando Irma y Norma eran solteras, les encantaba ir al Gilbertos, un bar muy grande que estaba enfrente de la Deportiva donde había cantantes, orquestas y mariachis, era muy animado. Los clientes eran jóvenes empresarios en ascenso, políticos en el candelero y uno que otro bohemio. Ellas reservaban su mesa desde medio día y llegaban muy modositas al iniciar la noche, pedían una humilde limonada, pero muy pronto les empezaban a llegar bebidas preparadas de parte de aquel caballero, y luego de aquel otro. Allí conoció Norma a un muchacho muy guapo que era de la Sierra y se había venido a Chihuahua para estudiar ingeniería, y aquí se quedó a vivir, empezaba a irle bien en una constructora que puso.
Cuando lo llevó a la casa para presentarle a su familia, el hombre quedó prendado de Amalia, a pesar de que ella era casi una niña, todavía ni cumplía los quince. Pues sería una niñita, pero también ella se enamoró a primera vista del novio de la hermana, y en cuanto él le hizo testera, ella empezó a salir con él, primero a las escondidas de la familia, y luego ya con toda desfachatez, cuando él cortó a Norma.

*

―No importa que hayamos sido o no hermanas de sangre. Amalia dejó de ser mi hermana el día que me traicionó.
―¿Por eso nunca te casaste? ―preguntó curiosa Gabriela.
―Me sobraron prospectos, pero nunca pude volver a enamorarme cómo aquella vez. Amalia llevará dos años de muerta, pero yo llevo muerta desde aquel día en que se robó al amor de mi vida. Cuando mi mamá me contó que no era su hija, me hizo sentido, porque una verdadera hermana jamás me habría traicionado.
La sobrina se fue de la casa de las tías con mucho sentimiento de cuántos vericuetos llegan a tener las historias de la familia.

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