La cifra

Madame Clochard
Por Rafael Cárdenas Aldrete y Jesús Chávez Marín

Ella guardaba las cosas y siempre recordaba dónde. Su esposo la quería mucho, según decía él; los niños jugaban a la casita sin miedo. En ese tiempo ella alzaba la mirada, unos grandes ojos caninos donde enterraba ese paraíso. Una de esas veces en que el dueño del hogar llegó perdido de borracho, vio que esos ojos indagarían hasta desenterrar lo que él creía tapiado en el secreto. “¡Ramera! ¡Eres una ramera!”.

Pasó durante meses toda una vida de golpes e insultos hasta que no pudo más. Tuvo que huir para protegerse, en cuerpo y mente, y para salvarse de una muerte estadística. Malvivió en un puente del Ferrocarril Chihuahua al Pacífico hasta que, como Dios le dio a entender, construyó en el derecho de vía una cabaña mínima.

Allá la volví a ver, en otra ciudad. Luego de tantos años ella, mi amor, no me reconoció: “Hola, guapo… ¿Tienes un cigarro?” No traía, pero le dije que iría al Oxxo a traerle uno. Volví pateando memorias de nuestro pasado hasta la casita de madera y cartón. Al oír mis pasos salió, encorvada por el dintel tan bajo de su puerta. Levantando apenas su vista, volvió a decirme: “Hola, guapo… ¿Tienes un cigarro?” No me reconoció tampoco en el presente inmediato. Tampoco todas las veces que regresé a verla.

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